El Gourmet Urbano: El vino como estilo de vida

jueves, 8 de octubre de 2015

El vino como estilo de vida

Cultura. Mucho más que una simple bebida, el vino es símbolo de una forma de entender la vida, la cultura y hasta la seducción

El vino ha evolucionado como parte de la vida, la cultura y la alimentación a lo largo de la Historia. Como un símbolo cultural indeleble de un estilo de vida, el papel del vino ha dejado de ser únicamente una importante fuente de nutrientes para convertirse en un acompañamiento cultural de la comida y en sinónimo de distensión, compatible con un estilo de vida saludable.

Cada momento tiene su vino, y cada vino, su momento.


El arte de la viticultura y la vinificación también ha cambiado. Sí, han leído bien: el arte. Porque el enólogo, como el pintor que se sienta ante un lienzo en blanco para pintar el cuadro que él ya tiene en la cabeza, limitado únicamente por los materiales de los que dispone para pintar, hace -o intenta hacer- el vino que él ya saborea antes de que exista, igualmente limitado por la materia prima que la cosecha le brinda y que dependerá del suelo que lo ve nacer, del clima de esa añada y de los cuidados que se procuren al viñedo. No obstante, en esta larga ruta por la Historia, una cosa se mantiene y nunca se ha descuidado: la asociación del vino con gastronomía, historia, tradición, origen, productos locales de calidad y entornos sociales dignificados. La valoración cultural del vino refleja la diversidad de las regiones vitícolas, el savoir vivre y los hábitos culinarios. Pero además, como todos los productos de calidad, el vino indica unas pautas de consumo moderadas, ya que sólo si el vino se degusta de forma moderada y lenta se pueden apreciar y disfrutar plenamente su carácter y sus sabores únicos y complejos.

Una de las preguntas más frecuentes que me hace la gente es cuál es mi vino preferido y mi respuesta es siempre la misma: depende. Y depende de muchas cosas: de si lo voy a tomar solo o acompañando una comida y en éste caso de qué plato o platos; del momento del día; de mi estado de ánimo; y por supuesto, de si lo voy a beber sola o acompañada y, si así fuera, de quién. Para mí, cada momento tiene su vino y cada vino su momento. Quizás les parezca exagerado pero solo se puede amar lo que se conoce y, cuando conoces algo en profundidad, también puedes amarlo profundamente.

Cuando el vino entró en mi vida, me descubrió un mundo que cambió por completo el mío. El vino provoca en mí tantas sensaciones… La primera toma de contacto con el vino es la fase visual; ya entonces es capaz de conmoverme y cambiar mi estado de ánimo por completo. Mis expectativas comienzan a ensancharse sobre qué encontraré en la copa. Adivina, adivinanza… La capa, el color y la textura me permiten vaticinar un puñado de -quizás- precipitadas conclusiones. Al acercármelo a la nariz, el vino en su tranquilidad me permite escrutar su complejidad y me provoca de manera descarada para que lo despierte a través de la agitación de la copa. En este punto, él también me despierta a mí con un torrente de aromas que se van desprendiendo en pequeñas dosis. Poco a poco voy tomando conciencia del ejercicio en el que estoy inmersa y me lo llevo a los labios… Aunque algunas veces es tan evocador y adictivo, que no reparo en llevármelo casi precipitadamente a la boca. La sensación táctil, la temperatura y su densidad, hacen que se me erice la piel al paso. Al fin llegamos a un entendimiento entre ambas partes. Y a veces no, y entonces le doy tiempo, el que necesite (unas veces minutos, otras incluso horas) para que se exprese y sea él.

El vino es un ser vivo y esto no es una metáfora: nace, crece y se educa (se cría), decae y finalmente muere. No hay hombres eternos. Tampoco vinos. Y como si de una persona se tratase, puede resultarnos agresivo o amable; discreto o impactante; franco o misterioso; complejo o simple… Cada cual puede tener una visión muy diferente del mismo vino: todo depende de si hay magia, chispa, feeling… Casi siempre los vinos que nos emocionan nos salen al encuentro, de pronto, a la vuelta de la esquina, en un viñedo escondido en un paraje remoto, en una taberna, en un lineal de un supermercado, por qué no. Eso sí: solo lo descubrirá y podrá ser un momento imborrable de su vida si está atento, si presta atención. Por ello, no se limite a saciar su sed: guarde su nombre en la memoria, escuche su historia (lea la etiqueta y la contraetiqueta, le dirá muchas cosas sobre él), preste atención a su origen, y después de degustarlo, intente guardar el recuerdo de esa 'conversación', de ese intercambio, en su mente. Seguramente volverá a cruzarse un día en su camino; puede incluso que usted busque ese nuevo encuentro. Si es así, no hay duda: ha sido seducido. A partir de aquí el camino a seguir queda en sus manos, porque es posible vivir un idilio con, no solo uno, sino con muchos vinos a lo largo de la vida.

Entonces es cuando pienso que Dios creó la Tierra, la luz, y las estrellas… pero eso fue, después de tomar una copa de vino.

MARGARITA LOZANO

Fuente: Granada Hoy

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