Para muchos, la palabra creatividad asociada a la cocina genera automáticamente rechazo. Sin embargo, hay menos distancia entre una aceituna de toda la vida y una esferificada que entre un tomate y un gazpacho
QUÉ OCURRE cuando un alumno hace dudar al maestro? ¿Qué pasa cuando responde a las preguntas de un examen bajo un patrón de razonamiento diferente al de quien educa y corrige? Pues, básicamente, lo que sucede es que si el que evalúa es poco flexible, o inseguro, suspenderá al alumno, entendiendo que se está saltando lo que dictamina el modelo que trata de inculcar. Por el contrario, si el profesor posee una mente abierta, es probable que vea una oportunidad de estimular y reforzar la capacidad de una mente que propone soluciones diferentes a las cuestiones que plantea, siempre y cuando esas respuestas alternativas se ajusten a una lógica tan o más razonable que las que trata de explicar.
Un chef de alta cocina prepara un postre con melocotón. ALEX MAJOLI, MAGNUM
Paradójicamente, actualmente, junto a mis compañeros de Mugaritz, soy examinado 80 o 100 veces al día, tantas como clientes atendemos; porque cada comensal nos somete a la presión de su parecer. Por si fuera poco, también nos enjuician las guías, los críticos gastronómicos, los foodies y hasta personas que nunca han estado en el restaurante, pero que tienen su propia opinión de lo que sucede allí. El asunto, permítanme la metáfora, es que nosotros respondemos a esos análisis diarios tratando de dar respuestas contestatarias, siguiendo razonamientos no siempre ortodoxos, aunque no por ello vacíos de sentido. Todo lo contrario, porque sabiéndonos hostigados por el aliento continuado de los prejuicios que existen hacia la cocina creativa, medimos mucho cada paso que damos, todo aquello que proponemos. No nos engañemos: para muchas personas la palabra creatividad asociada a la cocina, independientemente de cuál sea la realidad que sustente, genera automáticamente un rechazo. En la mente evaluadora de muchas personas, la cocina tradicional es lo único genuino, la única verdad.
Y, sin embargo, hay menos distancia entre una aceituna de toda la vida y una aceituna esferificada que entre un tomate y un gazpacho. Por tanto, ¿cómo se mide y bajo qué criterios se determina qué es lícito y qué no a la hora de juzgar lo que se come? La acrobacia de la lógica solo sostiene una respuesta: el hábito. De este modo, el conocimiento y la disposición al curioseo que atesoremos marcarán nuestra apreciación sobre las cosas. Ciertamente es una lástima que teniendo una mente tan curiosa como perezosa dejemos vencer a la vagancia. Pensemos que la vitalidad, más allá de la edad, se mide en la capacidad de ejercitar la mente, instruirla, mantenerla activa y deshabituada a la idea fácil y preconcebida. Aunque suene a paradoja, acostumbrémonos a desacostumbrarnos si queremos estar a la altura de esa esperanza de vida que aumenta cada año. Y, ¿por qué no?, empecemos por la boca.
Y, sin embargo, hay menos distancia entre una aceituna de toda la vida y una aceituna esferificada que entre un tomate y un gazpacho. Por tanto, ¿cómo se mide y bajo qué criterios se determina qué es lícito y qué no a la hora de juzgar lo que se come? La acrobacia de la lógica solo sostiene una respuesta: el hábito. De este modo, el conocimiento y la disposición al curioseo que atesoremos marcarán nuestra apreciación sobre las cosas. Ciertamente es una lástima que teniendo una mente tan curiosa como perezosa dejemos vencer a la vagancia. Pensemos que la vitalidad, más allá de la edad, se mide en la capacidad de ejercitar la mente, instruirla, mantenerla activa y deshabituada a la idea fácil y preconcebida. Aunque suene a paradoja, acostumbrémonos a desacostumbrarnos si queremos estar a la altura de esa esperanza de vida que aumenta cada año. Y, ¿por qué no?, empecemos por la boca.
Andoni Luis Aduriz
Fuente: El País
No hay comentarios. :
Publicar un comentario