Todo consumidor sueña con tener un tesoro guardado. Pero cuidado con estas equivocaciones, no sea cosa que al final de la espera no haya nada.
Cuando se bebe un tinto añoso, de unos veinte años o más, se asiste a una singularidad en el mundo del sabor. En esa botella no hay nada que resulte conocido. Hay aromas de encierro que se disipan en recuerdos de dátiles e higos secos, hongos y el delicado aroma de la tierra negra y mojada. Eso, para no hablar de la boca, donde el cuerpo se ha adelgazado hasta el raquitismo, donde el terciopelo frecuente es más bien una seda veloz y el recuerdo en el paladar se convierte en algo etéreo y único.
Pero ¿qué pasa si al cabo de los años no se encuentra ninguna quimera?, ¿si al cabo de dos décadas el vinagre es el premio a la paciencia? Para que eso no suceda, es clave saber que la mayoría de los consumidores cometen cinco errores frecuentes al momento de guardar un vino. Mejor evitarlos.
Gastar mucho dinero en una sola botella. Es el error más frecuente. Se trata de comprar una única botella para una ocasión a futuro. Como con las apuestas, jugar todo a una sola ficha es un error, porque ya se sabe que también se puede perder todo en un solo intento. Mejor es comprar un vino menos caro pero invertir en por lo menos una caja. Tiene algunas ventajas colaterales: primero, la ansiedad de la espera se puede mitigar con uno o dos descorches al cabo de los años; segundo, si llegara a fallar un corcho, aún quedan otras botellas para abrir, y tercero, en el caso de que el vino resultante sea una gloria, quedan algunas botellas más para darse el gusto. En el arte de guardar una botella, la cantidad es una de las claves.
Caja: es preferible comprar seis botellas un poco más baratas y no apostar al éxito de una sola.
Guardarlas en el lugar equivocado.
El vino ocupa lugar. Eso es difícil de imaginar cuando de lo que se trata es de atesorar una sola botella o una caja. Pero para que una guarda funcione y que uno no se las beba antes de tiempo, hay que pensar en muchas botellas que pasarán mucho tiempo en un solo lugar. Lo ideal es tener un sitio para eso: un bajo mesada en una habitación poco usada, una valija grande bajo la cama de un cuarto para invitados, un placard en desuso en un rincón fresco del hogar. Perfecto, claro, es un sótano oscuro y fresco. Pero a falta de un lugar así, lo que hay que procurar es un sitio donde no haga calor (por ejemplo, que no esté calefaccionado ni esté al rayo del sol) y que sea ligeramente húmedo para que los corchos no se resequen. Sólo así, las botellas tienen chances de llegar a buen puerto. Pero son chances, nada es seguro con la guarda.
Guardar vinos potentes. En rigor, cuando se bebe un vino áspero, si se lo deja reposar uno o dos años, se suaviza. Pero ¿alcanzan los taninos del vino para garantizar la guarda? Contra todo sentido, lo que hay que observar en un vino es que tenga buen balance de alcohol y acidez para guardarlos, no los taninos. Y esa rara vez es la ecuación ideal en los vinos potentes, con cuerpo y estructura tánica. Si uno se guía sólo por la estructura, al cabo de los años el vino se descarna en un chasco: pierde todo el músculo y brío que tenía y sólo queda el alcohol como única variable. Por eso es importante que el balance sea con la acidez. Sólo así no quedan quemantes.
Esperar la ocasión justa. Sucede siempre que uno deposita mucha ansiedad en una botella. Sea porque la compró en un determinado momento, porque es un regalo o porque el plan es atesorarla para una ocasión puntual, tipo bautismo o recibida. Así, la o las botellas guardadas van pasando las fechas como los días en el calendario y nunca llega esa ocasión: porque no le hace justicia a la guarda o porque el vino no cumple con la expectativa de la velada o porque uno sencillamente duda si es o no el día indicado. Lo más seguro en este caso es que el vino nunca esté en su momento ideal -porque uno no lo está- y al cabo de los años se eche todo a perder por falta de decisión. Como en esas fábulas, es mejor pájaro en mano que cien volando.
Guardar con intención de hacerlo. He ahí el error principal del consumidor promedio. Decide guardar una botella cuando en rigor las botellas se guardan porque hay muchas en el circuito. Mejor dicho: quien guarda es quien tiene muchas botellas dando vueltas. Casi como por olvido o displicencia van quedando botellas en una baulera, placard o sótano. Y entonces es cuando la guarda funciona bien: uno da con la botella que evolucionó y, al mismo tiempo, está dispuesto a abrirla porque no está cargada de expectativas ni presión al respecto. Y siempre quedan más.
El corcho, una de las claves
Si las condiciones están dadas y se guardan buenas botellas, todavía queda un elemento a observar: el corcho. Lo ideal es retirar el capuchón de las botellas y dejarlo a la vista. Si todo marcha bien, será el indicador de riesgo. Cuando el vino ascienda mucho hacia el pico, es tiempo de abrir esa botella, no importa el tiempo que lleve.
Joaquín Hidalgo
Fuente: LM Neuquen
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