Lavar el pollo tiene el efecto contrario al que se busca al hacerlo. |
Las bacterias del género Campylobacter son las más presentes en la carne cruda del pollo y utilizan el agua como vehículo.
El pollo es una de las carnes que más se consumen en todo el mundo. Se trata de una carne blanca, por lo que tiene un porcentaje bajo de grasas y, en consecuencia, un número de calorías bajo. Es un alimento que puede integrarse perfectamente en dietas de adelgazamiento, pero también es el protagonista de otras elaboraciones más calóricas. Un filete a la plancha, un muslo asado con patatas o un guiso con verduras; el pollo lo acepta todo. Sin embargo, antes de echarlo a la cazuela, al horno o a la sartén, ¿hay que lavarlo?
La infección por este microorganismo es conocida como campilobacteriosis y sus síntomas son el malestar general, dolores abdominales severos y diarrea. Sin embargo, la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan) asegura que, si los productores y los consumidores respetan las normas de higiene, se trata de una patología evitable.
Salpicaduras cargadas de gérmenes
Cuando se lava el pollo con agua lo que se consigue es expandir los microorganismos del género Campylobacter. Las gotas que salpican tras impactar contra la piel del pollo o sus jugos son portadoras de estos gérmenes. Pueden depositarse en el fregadero, en las encimeras de la cocina e, incluso, en nuestra propia ropa. Si entran en contacto con alimentos que se suelen consumir crudos, como las frutas y las verduras, es posible que el consumidor termine por introducir en su cuerpo la bacteria.
Si bien lavar con agua el pollo es una práctica totalmente desaconsejable, es importante que quien lo manipule se lave las manos antes y después. Además, se debe limpiar los utensilios y los soportes que hayan estado en contacto con la carne cruda y con sus jugos. La mejor manera de eliminar las partes viscosas de la carne del pollo es separarlas con unas tijeras o con un cuchillo.
Para terminar con las bacterias de manera efectiva, lo mejor es cocinar el pollo. Cuando se realiza este proceso, se somete a la carne de pollo a una desecación y a altas temperaturas. Ambas acciones son fatales para la supervivencia y la proliferación de colonias de microorganismos. La mejor manera de comprobar si el pollo se encuentra en un estado óptimo de consumo es observar si el color rosáceo ha desaparecido completamente de la carne.
La temperatura mínima con la que se debe cocinar esta carne es a partir de los 74 grados centígrados. Según Aecosan, otro aspecto que elimina las bacterias del género Campylobacter es el pH ácido. De esta manera, si un consumidor ha introducido en su organismo uno de estos gérmenes es probable que lo elimine en el tracto gastrointestinal.
Del supermercado a casa
Cuando se compra el pollo en el supermercado es importante que se adquiera correctamente envasado. Sus jugos no deben, en ningún caso, entrar en contacto con el resto de productos para evitar consumirlos. A la hora de conservarlo en casa también deben tenerse en cuenta ciertas medidas de higiene. Al igual que en la manipulación de antes del cocinado, se debe de intentar que ni la carne ni el jugo entre en contacto con otros alimentos.
Por esta razón, las medidas más importantes tienen que ver con cubrir el pollo cuando vaya a congelarse o guardarse en la nevera. Algunos especialistas recomiendan que, si se quieren guardar carnes con jugo en la nevera, se reserve un espacio para ellas en las estanterías más bajas del electrodoméstico. De esta manera, los líquidos del pollo o de otras carnes no caerán a otros niveles que contengan otros alimentos.
Las intoxicaciones alimentarias en casa no suponen un problema sanitario en España y en la Unión Europea. Estas dos regiones se caracterizan por tener unas estrictas normas reguladoras de seguridad alimentaria. Sin embargo, es importante conocer las principales normas de higiene en la cocinapara evitar algunos episodios infecciosos.
Juan Rodríguez de Rivera
Fuente: El Español
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