En Chubut y Malleco las comunidades han cultivado, bajo la estela del intenso frío, productos hortícolas y frutícolas como fresas, frambuesas, ciruelas, arándanos, cerezas, manzanas, peras, avellanas y kiwi. Foto: Archivo Particular |
La exploración física de los viñedos más australes de Argentina y Chile es un capítulo todavía pendiente para mí. En el caso de Argentina, he llegado hasta las provincias vitivinícolas de Neuquén y Río Negro (Patagonia tradicional); y, en el de Chile, no he conseguido ir más allá de Chillán, en el Valle de Itata.
Neuquén y Río Negro yacen a más de mil kilómetros de distancia de Buenos Aires, que ya es mucho decir. Y ambas están separadas de Chubut, el nuevo eje enológico del sur del mundo, por otros mil kilómetros de recorrido.
Algo similar, pero no tan colosal, ocurre en Chile: a Santiago la separan del Valle de Itata unos 650 kilómetros. Y para llegar al Valle de Malleco, desde Chillán, localizado en el corazón de la Araucanía, deben recorrerse otros 200 kilómetros en dirección sur. Definitivamente, mucha tierra de por medio.
En Chubut y Malleco las comunidades han cultivado, bajo la estela del intenso frío, productos hortícolas y frutícolas como fresas, frambuesas, ciruelas, arándanos, cerezas, manzanas, peras, avellanas y kiwi. Si frutas delicadas como las descritas pueden prosperar en estas gélidas regiones, ¿por qué no la Vitis vinifera?
Viticultores y enólogos argentinos y chilenos han descubierto que ambas zonas, pese al frío y las heladas, comparten condiciones similares a las de Borgoña, en Francia, donde se producen grandes Chardonnay y Pinot Noir. Y Chubut y Malleco ya engrendran manifestaciones sorprendentes de estos dos cepajes, junto con Sauvignon Blanc, Merlot, Riesling y Chenin, todos amigos del frío.
Así lo han comprobado precursores como el mendocino Bernardo Weinert (ya fallecido), con su bodega Patagonian Wines, en El Hoyo de Epuyén, región de Chubut, y el enólogo chileno Felipe de Solminihac, con su bodega Sol de Sol de Aquitania, en Malleco, donde crea un incomparable Chardonnay.
Otros proyectos de lado y lado de la cordillera los impulsan el argentino Alejandro Bulgheroni, con bodega Otronia, en Chubut, y los chilenos Francisco Baettig y Carlos de Carlos, en Malleco, con Vinos Baettig, ya galardonados por la crítica mundial. Y tras ellos surgen grupos asociativos como Vinos de la Araucanía, con participación de no menos de cinco productores. Y vienen más.
Estos vinos atrapan los sentidos. Son frescos, frutados, de acidez filosa y notorio acento mineral. Son ligeros, sí, pero también estructurados y complejos. Su graduación alcohólica es baja, lo que encanta a los consumidores actuales. Así lo acabo de comprobar con Piedra Parada, una exquisita mezcla de Merlot con Pinot Noir, de Patagonian Wines, y con el Chardonnay Los Parientes, de Vinos Beattig, del Valle de Malleco. ¡Vaya experiencia! Los pesqué en los aeropuertos de Santiago y Buenos Aires. Por eso me digo: ya es hora visitar la Patagonia Extrema.
Hugo Sabogal
Fuente: El Espectador
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