El Gourmet Urbano: El #VINO francés, tesoro preciado de Hitler

jueves, 20 de septiembre de 2018

El #VINO francés, tesoro preciado de Hitler

De cómo los galos defendieron con uñas y dientes lo mejor de sus bodegas
 
“Ser francés significa luchar por tu país y por su vino” (Claude Terrail, propietario de La Tour d’Argent).

Con esta declaración de intenciones queda claro que el espíritu francés está entregado al vino, es parte protagonista de su grandeur, y que en su ADN está defenderlo hasta el extremo.

Cosecha en Champagne (Moët & Chandon). Octubre de 1941© Getty Images

Por eso, cuando una de las mayores amenazas que puede sufrir un país, la guerra,se cernió sobre el pueblo galo, el vino también pasó a ser una de las preocupaciones de la resistencia de sus gentes.

El oscuro episodio de la Segunda Guerra Mundial dejó en Francia multitud de historias, pequeñas y no tanto, sobre cómo los galos defendieron con uñas y dientes lo mejor de sus bodegas del incansable saqueo alemán entre 1940 y el fin de la ocupación.

Saint-Emilion, una de las principales zonas de vino tinto de Burdeos© Getty Images

LOS WEINFÜHRER, ESA GENTE


Una vez los alemanes ocuparon las principales zonas productoras de vino francés, y para evitar el saqueo ingente de las tropas (el régimen necesitaba no solo vino, sino los beneficios que este podía generar), se creó la figura del weinführer.

El weinführer era el oficial que proveía al Tercer Reich de grandes cantidades de vino francés y funcionaba como intermediario entre productores y régimen.

En Francia se nombró a uno por cada una de las principales zonas productoras,desde Burdeos a Borgoña, pasando, claro, por la Champagne.

Viñedos en la Champagne, una de las principales zonas productoras© Getty Images


En Champagne este oficial era Otto Klaebisch, un tipo nacido en Cognac, por lo que, en principio, su conocimiento del vino y del brandy se vio como una buena noticia… pero nada más lejos.

Según relata Julian Hitner en la revista vinícola Decanter, Herr Klaebisch era bastante codicioso: una vez llegó, se instaló en la casa de una de las grandes familias de la Champagne, Veuve Clicquot Ponsardin, y ni corto ni perezoso, exigía hasta 400.000 botellas por semana para el Reich.

Claro, esto a las maisons no les gustó un pelo y se buscaron los medios para evitar satisfacer del todo al taimado weinführer.

Otto Klaebisch, el weinführer de la Champagne© Getty Images

Algunos etiquetaron champagnes maluchos con etiquetas de sus cuvées de prestigio intentando que no se diera cuenta pero… ¡ay! La nariz del oficial era muy fina y lograba detectarlo, montando, claro, en cólera.

Las relaciones entre los productores y Klaebisch fueron tirantes hasta que el conde Robert Jean de Vogüé, entonces director de la casa de Épernay Moët & Chandon, estableció con el alemán una relación templada que fue capaz de evitar el saqueo total de las kilométricas cavas de las maisons, creando además un organismo que aún protege los intereses de los productores de Champagne: el CIVC, Comité Interprofesional del Vino de Champagne.

Así al invasor no le quedó otro remedio que pasar por este organismo, donde todos los productores se consideraban a la par, para sus transacciones comerciales.

Las relaciones mejoraron tanto que incluso se dejó a las casas vender a algunos establecimientos y exportar, sí, exportar, a países neutrales.

Los champenoises se mantuvieron unidos frente a la adversidad para preservar las reservas de ese vino que, ya lo decía Napoleón, “en las victorias lo mereces y en las derrotas lo necesitas”, de una forma leonina.

Los galos defendieron con uñas y dientes lo mejor de sus bodegas del incansable saqueo alemán© Getty Images

Incluso la resistencia francesa del departamento de Marne, al que pertenece la región de Champagne, pasó información a la inteligencia británica de que se había hecho un encargo un tanto especial, unas botellas de champagne encorchadas a conciencia y empaquetadas para viajar “a un país muy cálido”… que resultó ser Egipto, donde el general Rommel preparaba una ofensiva.

Los champenoises no pararon de intentar confundir y engañar a su weinführer hasta lograr que Klaebish volviera a casa, cabizbajo, pero dejando una deuda de millones de francos.

En el camino hacia la derrota, había mandado a la cárcel a Monsieur De Vogüé,que pasó más de un año en un campo de concentración y no pudo volver hasta que acabó la ocupación. El caso era proteger lo que de verdad importaba… el champagne.

Fase de 'degüelle' de las botellas en la maison Ayala (1930-1950)© Getty Images

Cuando llegó la liberación, en Europa se pudo celebrar con champagne gracias a botellas felizmente ocultas del asedio alemán hasta entonces.

Atrás quedaban años en los que había que engañar a los alemanes con corchos silenciosos o botellas sucias y envíos que no llegaban, levantando falsos muros que escondían valiosas partidas en sus cavas o, como hizo la casa Bollinger, etiquetando sus mejores cuvées con una palabra que echaba atrás al más valiente: poison (veneno).

BURDEOS, TESÓN FRENTE AL ENEMIGO


El weinführer de Burdeos era Heinz Boemers, cuenta Stefana Williams en Decanter a propósito de las historias contenidas en el interesante libro Wine&War: The French, the Nazis and the Battle for France’s Greatest Treasure, de Donald y Petie Kladstrup, era Heinz Boemers.

Boemers era un tipo que había sido importador de vinos de Burdeos y conservaba contactos con négociants de vinos franceses, sobre todo con el 'Tío Louis', nombre familiar de Louis Eschenauer.

Louis Eschenauer, más conocido como el Tío Luis© Getty Images

El Tito Luis había llegado a apadrinar a uno de los hijos de Boomers, tal era su cercanía. Esta cordialidad provocó que el comercio entre productores y régimen invasor fuera fluido, más que nada pensando en que, al acabar la guerra, habría que restablecer de nuevo el negocio y no tenía sentido hacerse enemigos y menos entre los productores de una de las zonas vinícolas más prestigiosas (y cotizadas) del mundo.

Pero la devaluación del franco jugaba en contra de las transacciones para los franceses, que perdían dinero a espuertas, y era cuestión de tiempo que el mercado negro hiciera su aparición, porque era más viable comprar de contrabando que por canales normales.

Un pequeño desastre que no ayudó a que, en los años de la guerra, el vino bordelés se mantuviera demasiado a flote, aunque tampoco se hundió del todo.

Con un franco debilucho como entonces, los bordeleses se buscaron las vueltas para sacar partido como fuera al comercio obligado con los alemanes y no dudaron en desempolvar añadas mediocres para ir vaciando almacenes.

La plaza Pey-Berland de Burdeos durante la ocupación alemana© Getty Images

El problema es que no había ni mano de obra ni elementos para mantener las viñas en buen estado, así que los años de la guerra fueron, a diferencia de alguna añada en Champagne, de muy bajas y mediocres cosechas.

En la región, como en tantos otros escenarios bélicos donde se elaboraba vino en tiempo de paz, también se sucedieron algunos episodios en los que los franceses ocultaron tras los muros del restaurante Le Bouchon (el corcho, en francés) sus mejores botellas, como cuentan en uno de los capítulos de su libro Fuera de Cartalos periodistas Javier Márquez Sánchez y Rodrigo Varona.
Lo que cuentan podría ser una secuencia de una película de nazis con su tensión y todo, pero fue real. Eso sí, si queréis saber el resto, tendréis que buscarlo en el libro.

A los alemanes, derrotados, les llegó la hora de irse y el riesgo estaba en que las tropas vencidas volaran rutas, puentes y carreteras, algo que, de nuevo, impidieron en parte los ruegos del tío Louis Eschenauer a Kuhneman, comandante de la base naval de Burdeos.

Unos ruegos que, después, jugaron a favor del négociant cuando fue llevado a juicio, acusado de hacer negocios con los alemanes, algo que todo el mundo hacía entonces, solo que a Louis le gustaba demasiado alardear de ello…
Embotellado del vino en Burdeos en los años 40© Getty Images

THE END


En Wine and War se pueden encontrar historias fascinantes sobre la guerra y el vino francés, como la que cuentan los autores en la introducción y que relata un momento del final de la guerra, el episodio en el que el 4 de mayo de 1945 (sí, casualmente, también coincide con el día de Star Wars, solo que entonces la guerra era en otra galaxia…) Bernard de Nonancourt, entonces piloto de tanque en la segunda división del General Philippe Leclerc y después uno de los más flamantes presidentes de la casa de champagne Laurent- Perrier, se encontró, al volar la puerta de una cueva oculta en una montaña bávara, donde se hallaba el oscuramente famoso Kehlsteinjaus, o 'Eagle’s Nest', medio millón de botellas de los mejores vinos jamás elaborados, grandes añadas de Château Lafite-Rothschild, Château Mouton Rothschild, Château Latour, Château d’Yquem y Romanée Conti, la mayor parte de ellos, del siglo XIX.

Le llamaron la atención los cientos de cajas de Salon de 1928. Pero lo más curioso era que las cajas pertenecían a un tipo al que el vino no le importaba demasiado y que ni siquiera bebía: Adolf Hitler.

Fuente: Traveler

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