De cómo con amor y sazón, un panadero a una princesa enamoró.
“A mis hijos Humberto Luis y Andrés Emiro
Breve cuento para que los padres cuenten a sus hijos antes de dormir.”
Armando pasaba muchas horas elaborando pan, las fórmulas panaderas las sabía de memoria, poco usaba el peso para pesar los ingredientes ya que sus manos sabían calcular con una exactitud que sorprendía: la harina, el agua, la sal y la levadura eran la base de sus panes. Todo se realizaba a mano cuando Armando aprendió el oficio de su padre, no habían las máquinas que vendrían a ayudar a tan ardua labor como las formadoras, laminadoras y cortadoras, sólo serían parte de la panadería mucho tiempo después; su padre siempre le decía “… no hay como sentir la masa entre tus manos, debes extender la masa con un rodillo de madera, luego con habilidad y práctica, formar los panes uno a uno, con las manos en constante movimiento circular y lograr unas esferas esponjosas, blancas y perfectas de las que luego se hornean cuando el horno está en su punto ideal”.
Siempre, a las dos de la tarde, entraba Carmen, buenamoza e impecable, precisamente a la hora en que la panadería se inundaba de olores, tan fantásticos como irresistibles, debido a que todos los panes ya adornaban los sencillos mostradores de madera, donde se apreciaban tortas, palmeritas, besitos de coco, acemitas, catalinas e infinidad de sazonados productos. El corazón de Armando brincaba de emoción, de aspecto siempre tímido, poco se atrevía a atender a aquella dulce muchacha, el resto de los compañeros de trabajo le jugaban siempre bromas para que se atreviera a hacerle el pan más especial y de esa manera conquistar el corazón de su gran amor.
-¿Qué pan podré hacer?- se preguntaba Armando con insistencia. -Seguramente dulce o salado, pienso que dulce será, tan dulce como su mirada, suave como su voz, tan rubio como su cabellera de trigo y algo dorado como cuando el sol se refleja en su piel, las pecas de sus mejillas de frutos secos podrán ser, y de miel su sabor será. Luego de sus actividades diarias se dedicaba a elaborar tan preciado pan, al punto de hacer varias muestras y ya, cuando el cansancio se hacía sentir, vio el fruto de su esfuerzo surgir, de forma perfecta, con el color y sabor ideal, la esponjosidad de la miga era correcta y el olor intenso, tan intenso que luego de un tiempo de horneado aún el ambiente era testigo de tantos aromas que costaba a primera identificar: canela, clavos de olor, miel, nueces y tantos otros más.
Al día siguiente todos quedaron maravillados por el pan que Armando había hecho para su amor, era tan provocativo que todos los clientes querían ya comprar, pero solo él esperaba a que fueran las dos para que Carmen entrara como era habitual. Los minutos se convirtieron en horas interminables, nunca había deseado tanto que el reloj hiciera sonar su dos campanadas.
¡Al fin llegó!, su belleza opacó al propio sol, un silencio invadió el local y con la dulzura que siempre le caracterizó se dirigió a él para que le atendiera; pareciera que el destino hubiera sido su mejor aliado, su amigo, su confidente. No la dejó hablar y con las manos algo temblorosas le regaló el pan que en su honor había creado; extasiada quedó y solo una tímida sonrisa ella le ofreció. Desde ese día todo el pueblo hacia largas colas para comprar el “pan de los enamorados”, como lo habrían de llamar, y más de un galán, a las muchachas del pueblo, el pan les fueron a ofrecer.
Dicen que Carmen como esposo lo aceptó, con la única condición que jamás dejara de hacer el pan que con amor y sazón logró su amor conquistar, y que los niños del fruto de su amor serían de canela, clavos de olor, miel, nueces y tantos otros olores más, tan dulces como su mirada, suaves como su voz, tan rubios como su cabellera de trigo y algo dorados como cuando el sol se refleja en la piel, las pecas de sus mejillas de frutos secos podrán ser, y de miel su sabor será... La alegría a la casa llegó con olores a pan recién horneados, de muchas formas y sabores. La vieja panadería jamás fue la misma desde ese día, de colores los ambientes florecían y llena siempre de la alegría, como el amor que el panadero sentía, por la princesa de su corazón.
NE: La imaginación nos lleva a lugares inimaginables, donde podemos crear las cosas más maravillosas que podamos pensar , olores y sabores podremos agregar, y seguro estoy que haremos que nuestros hijos sean capaces de crear mundos maravillosos con mucho sazón y el amor de papá.
Humberto Silva
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