Ha pasado ya algún tiempo, y todavía no entiendo la que se ha armado entre cierto sector de la intelectualidad con la recomendación de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, de disfrutar de una "relaxing cup of café con leche" en una terraza de la Plaza Mayor de la capital de España.
Ha pasado ya algún tiempo, y todavía no entiendo la que se ha armado entre cierto sector de la intelectualidad con la recomendación de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, de disfrutar de una "relaxing cup of café con leche" en una terraza de la Plaza Mayor de la capital de España.
¿Tal vez debió recomendar a los miembros del CIO tomarse una "refreshing caña of cerveza" en una terraza de La Latina? Porque les puedo asegurar a ustedes que, dejando aparte a los snobs del gin tonic "de media tarde", los madrileños beben, a lo largo del día, cantidades industriales de café con leche y de cerveza a presión.
La cerveza es la bebida de la hora del aperitivo, al salir del trabajo; se toma con los amigos, y se aprovecha para acompañarla con alguna tapa. El café con leche es la bebida doméstica, la del desayuno, la del tentempié a media mañana, la de la merienda...
"Un café con leche" o, más directamente, "uno con leche" es lo primero que se le ocurre a un madrileño en una barra de su ciudad. Eso no quiere decir que todos tomen lo mismo: en las palabras "café con leche" cabe un mundo: a cada cual le gusta el suyo y cada camarero tiene su propia versión. Pero, básicamente, consta de tres elementos: café, leche y azúcar. Básicamente.
El madrileño toma su café con leche en su bar favorito, mientras, si puede, echa un vistazo a los titulares (preferentemente deportivos) de los periódicos y moja en su taza unos churros. Eso, lo clásico. Puede que en vez de churros se le antojen porras, que es lo mismo, pero más gordo. Hoy es muy normal pedir algún tipo de bollería, especialmente un 'croissant' a la plancha, y hasta quedan quienes solicitan una tostada con mantequilla y mermelada, opción que desde que desapareció, desplazada por el pan de molde, la "media tostada de abajo" ha perdido muchos alicientes.
Según va pasando la mañana, el panorama de las barras cambia. Desaparecen los churros y la bollería, e irrumpe la auténtica reina de las barras españolas: la tortilla de patatas. Para mí es un misterio insondable el atractivo que pueda tener la combinación de un pincho de tortilla de patatas y una taza de café con leche: juzgo que son cosas incompatibles. Pero ahí están las barras de Madrid, para dejarme mal.
Según nos acercamos a la hora del almuerzo, la tortilla recibe multitud de refuerzos en forma de pinchos, tapas, raciones, canapés... mientras que el café con leche se bate en retirada hasta la hora de la merienda, dejando el campo libre a las cañas de cerveza.
Esa es la rutina mañanera de un bar madrileño. No habrá barra, por lujosa que pueda parecerle (piensen en el Ritz) donde no puedan tomarse un café con leche. Bueno: ahora hay "bares de vinos" en los que no se sirven cafés. ¿Qué ha dicho mal la señora Botella...?
Porque que sepan los progres que ya en 1915 la gente identificaba al madrileño con el consumidor de café con leche. Ese año escribió Pérez Lugín "La Casa de la Troya" y, en el capítulo que cuenta la llegada a Santiago del señor Roquer y Paz, don Gerardo, el camarero y psicólogo Rafael descubre que el estudiante es madrileño "en que toma el café con leche". Un símbolo de la Villa y Corte...
Y recuerden: la expresión "uno con leche" puede con todo... incluyendo, naturalmente, el brebaje mayoritario por muy dietéticas razones: un descafeinado con leche descremada y edulcorante. Pero muchos no se conforman y, si tienen que pedir en su barra una pócima de estas, no dicen "uno con leche", sino: "Pepe, ponme un 'desgraciado". Pero dicho al horrible modo madrileño: "desgraciao".
Fuente: la informacion.com
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