Los gaditanos, los andaluces, los mediterráneos o los europeos del Sur, somos más dados a la comida interminable, al almuerzo con aperitivo, prólogo, presentación, nudo, desenlace, sobremesa y copa sin prisa. Así disfrutamos mucho, muchos, para qué engañarnos.
Pero a veces no hay tiempo o no hay perras o ganas, o prefieres seguir camino para disfrutar de algún otro placer (un museo, un paisaje, un baño, un beso, el simple paseo). Con estas delicias, puedes picar sin sentarte ni detenerte, como un turista en tu propia ciudad (se disfruta mucho con esos ojos) o porque lo eres. O para remedar uno de esos neoyorkinos, londinenses o parisinos que pican algo a la carrera, hot dog o café en vaso móvil, por la acera en una indeseable jornada laboral. En el mundo anglosajón, a estas cosas le llaman ‘street food’, pero sin furgoneta, o ‘take away’. Aquí le llamaremos comer por la calle o vetirando, o como quiera cada cual. Lo importante es disfrutar.
Sea por placer o necesidad, aquí van diez bocados para disfrutar sin parar, sin detenerse, mientras caminas, con una mano, así olvidas un rato el móvil. Van sin orden de preferencia.
1. Empanadas de la Catedral
El que no ha comido una empanada del gallego de la Catedral (apodo injustificado por cierto: es gaditano e hijo de cántabros) es como si no hubiera estado en Cádiz. Como si no hubiera vivido ¿Para qué ha venido a esta tierra, a este valle de lágrimas si no se consuela con ese sublime relleno sofrito cubierto de pan sagrado? Las mejores de la ciudad, la provincia y, por no exagerar, de la galaxia. La fastuosa obra de un antiguo talento matriarcal casi anónimo y, este sí, gallego. Distintos tamaños y formatos pero, como para comer por la calle con una servilleta, una de las charinis (nombre homenaje a la autora celta) pequeñas o medias (con hojaldre supremo en vez de masa) servirá. Luego caminas unos milímetros sobre el suelo. Esta pastelería, Casa Hidalgo, está justo frente a la Catedral.
2. Hojaldre de Casa Hidalgo
Sí, otra vez ¿qué pasa? Ya sé que es el mismo establecimiento. La lista la hago yo. Si se trata de dulce, gran opción. Sin chocolate. Sin yema. Sin pamplinas, sin nada. Puro hojaldre. Uno de los mejores pasteleros de Andalucía, un francés formado en la Escuela del Ritz de París, dijo una vez que era el mejor que había probado jamás. Y habrá probado. Máximo, superlativo, pluscuamperfecto, ligero como una pluma, crujiente como el mejor encaje, musical en la boca, dulce al oído, sin empalago. Encima, es el más saludable e hipocalórico producto que puede comprarse en una pastelería, el de menor carga de grasa. Esta palmera es una obra de arte aunque aquello es para llevarse el expositor entero: fernandín, lengua de obispo, cañas… Recuerda, por si acabas de llegar de Plutón, frente a la Catedral. Venden tanto que resulta muy difícil que los productos no estén frescos.
3. Minibox y cruasán de Pancracio
Aunque esta casa chocolatera (presente en las tiendas para ‘gourmands’ más prestigiosas del mundo y aplaudida por las revistas más elegantes) tiene su laboratorio de artesanía en Extramuros, cuenta con un pequeño punto de venta en el centro. Está en José del Toro, casi en la calle Ancha, donde se bifurca en dos cuestas. Entre su deliciosa oferta, en esencia y apariencia, destaca desde hace dos años el cruasán. Tiene un artístico toque mantecoso que ni Bertolucci con Marlon Brando. El justo. Asombroso equilibrio. Para disfrutar a secas pero tampoco está seco. La perfección no se toca. Desayuno, merienda, gula. Lo ofrecen en un carrito a las puertas. El mejor a este lado del Río Sena (y quizás al otro). Muy recomendable también el minibox, cajita portátil con delicias como trufas, almendras bañadas en chocolate negro, crujientes de chocoblanco y chocoleche…
4. Papas fritas del Corralón
De todas las papas fritas artesanas, en rodajas, de perol y papelón, son de las mejores de la (pequeña) ciudad. Esquivan el peligro de ser grasientas con una fritura cuidadosa in your face, muchas horas de vuelo del autor y buen aceite de circulación frecuente. Hay gente que recorre decenas de metros (en Cádiz es mucha distancia) para buscarlas. Tiene dos tiendas, una en la plaza viñera del Corralón de los Carros y otra en Extramuros, en la calle Escalzo (junto a Plaza de San José). Merece la pena separarse de la avenida o el Paseo Marítimo esos 200 metros por catarlas. Y son la mar de portátiles. Y, obviamente, no son ni caras.
5. Fruta portátil de Frutal
La Organización Mundial de la Salud le debe un premio a Juancho. Su elixir natural de naranja las conserva hasta 72 horas. Tarrinas de exquisitas frutas cortadas y preparadas, hasta las pepitas les quita (como dijera el gran Pep Monforte). Se llaman Frutal. Dosis individuales con su tenedor mínimo, listas para tomar. Son macedonias que cambian según temporada. Igual tocan los mejores tropezones de melocotón que bolas de melón o sandía, grosella, mango, lo que tercie porque selecciona lo mejor de la lonja. En Las Nieves, un delicioso bar, con un siglo de vida y una preciosa terraza de aire toscano (sólo estropeada por el tráfico) las venden y por un precio de risa. Está en la plaza de Vargas Ponce, a metros de Canalejas y la calle San Francisco. Sólo se distribuyen lunes y jueves.
6. Macarons de Le Poeme
Los golosos del mundo que por un casual vivan en Cádiz o pasen por esta ciudad tienen muchos motivos para dejarse caer por Le Poeme, vamos a casa de Marie, pastelería imprescindible. Está en Alcalá Galiano (alias, calle Londres), junto al Mercado Central. De todo lo bueno que ofrecen, lo más cómodo para llevar pueden ser los macarons, ese prodigio equidistante entre galleta y masa, entre bollo y pasta, con forma de miniburger de colorines. Hasta de cinco sabores. Redondos en sabor, textura y forma. Para no parar. Y rodar, rodar, rodar.
7. Minimarisco en Zorrilla
Hay muchos puestos ambulantes por todo el casco antiguo pero los que más garantías higiénicas ofrecen pueden ser los situados en la Plaza de Mina, en la muy cervecera esquina con Zorrilla y en la misma calle. Los que gusten de sabores marinos que no precisan ser pelados, pueden coger un cartucho y pasearlo, despacito por la Alameda Apodaca. Estos vendedores son los mismos que sirven por la playa y suelen estar con todos los papeles en regla, con su producto controlado. Con los erizos y los ostiones, sea o no Carnaval, ya no me atrevería yo en otras esquinas. Depende el cariño que le tengas a la fauna (humana) y a la flora (intestinal).
8. Churros en La Guapa
Que no porras. Para desayunar o merendar. Por la mañana, en festivos, cola garantizada. Todo a la vista y un sabor único. La Guapa (calle Libertad, la que rodea el Mercado Central) es la que tiene más fama. Hay un infinito debate abierto en la ciudad sobre si son los mejores o no. Yo voto que sí, pero sin puñetera idea. Hay grandes churrerías en San Fernando (patria universal de la fritura cualesquiera) como El 44, en Puerto Real, Jerez y en cada núcleo habitado de España pero los de aquí son un clásico, un must, una especie de ritual, de peregrinación obligatoria. En Le Poeme (véase punto 6) dejan que te sientes con ellos pero lo normal es pasearlos. Cuando los compras para llevarlos a casa, nunca llegan ni la mitad de los que salieron del mostrador.
9. Empanadas de La Vaca Atada
En el podio de las mejores de la vieja y diminuta ciudad, junto a las de Argendarte (Mercado Central) y Mesón de las Américas (calle Ramón y Cajal) están las empanaditas de La Vaca Atada. Es una luminosa y reciente cafetería de vocación gaucha. Surtido amplio, autenticidad a 12.000 kilómetros. Muy recomendable la empanada de espinacas, para colarle a los críos una saludable ración de hierba. En pastelería, deliciosos los vigilantes, bollos alargados que pueden ir acompañados de crema pastelera, chocolante o dulce de leche. Cualquier porción de empanada, o despanada, de Antonia Butrón (tres locales en la ciudad: calle Brasil, avenida Ana de Viya y calle Corneta soto Guerrero) también es una buena compañía para el paseo. Estas últimas son más del gusto hispano-gallego.
10. Chicharrones en el Mercado Central
Cuidado que chicharrón, en cada región, significa una cosa distinta. Es como churrasco, que es una pieza u otra de carne, hecha de distinta forma, según el país o la comarca. En Cádiz, los chicharrones que no llevan el apellido «especiales» (estos son los cortados en lonchitas) van en un buen papelón. Son bloques de carne de cerdo frita en manteca colorada (todo muy macrobiótico, casi vegano). Es un aperitivo obligatorio entre lugareños tradicionales. La versión cochina y modesta de los bastones de fuet o los tacos de jamón. Grasientos, sin mentirnos. Un endocrino los detestaría. Un goloso, no. Si te pasas, ya no podrás almorzar. Cuando están frescos y bien hechos, hasta calentitos, provocan el éxtasis en los carnívoros cerdófilos. En el Mercado Central los venden en una docena de puestos. De los mejores habría que buscarlos en uno llamado Gastronomía de Vejer y en varias carnicerías (no en lugares de comida ya elaborada).
POR CARMEN IBÁÑEZ QUIGNON
Fuente: La Voz Digital
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