La regulación de la ingesta de alimentos es un proceso neurobiológico muy complejo que está influenciado no solo por la disponibilidad de nutrientes sino, también, por diversos factores externos ambientales y psicológicos.
Una comida familiar de domingo puede comenzar con un surtido de fiambres y quesos, o paté o manteca para untar en galletitas o pancitos mientras esperamos que esté listo el asado. Luego, los embutidos, chorizo, morcilla, riñoncitos, etc., más tarde llega la carne, el vacío, las costillas, las ensaladas para acompañar (de papas con mayonesa, de porotos…). Infaltable el postre, torta o helado. Y después, como si todo eso fuera poco, una sobremesa para seguir charlando con un café con masitas o bombones…
Los factores externos
Aunque puede parecer sencillo, el proceso de regulación del apetito es complejo. Además de responder a múltiples mecanismos neurobiológicos, existen otros factores externos que afectan a la conducta alimentaria y que influyen de manera determinante en la elección e ingestión de alimentos, así como en la incapacidad para controlar el impulso de comer pese a no tener hambre.
Esta conducta mantenida en el tiempo puede conducir a la obesidad.
Algunos de ellos son:
- Estar expuesto a estímulos exteriores relacionados con el apetito (como ver u oler un alimento tentador).
- La cercanía de una gran variedad de alimentos sabrosos.
- Tener delante la tentación de una comida o de alimentos ricos en grasas.
- Apetitos alterados
Se pueden enumerar cuatro factores externos que alteran el apetito en la sobremesa:
- Los alimentos ricos en grasa. Ofrecer un surtido de masitas (de manteca, de chocolate, rellenas de chantillí, de crema pastelera...) o una variedad de bombones y frutos secos (nueces, almendras, pistachos, etc.) es una costumbre habitual en muchas sobremesas. Se sabe que la presencia de comidas o alimentos grasos perturba la expresión de las señales de hambre y saciedad. Esto podría explicar las ingestas excesivas pese a no tener hambre y a haber comido en cantidad superior a las necesidades fisiológicas. El problema es que esta conducta mantenida en el tiempo puede conducir a padecer obesidad e indigestión.
- Mesa repleta de tentaciones. El acceso libre a la comida sabrosa en la sobremesa (más si es rica en grasas y azúcares, como una caja de bombones) puede conducir a comer más de lo debido, ya que la sensación de saciedad se anula. Se inhibe la saciedad y se activa el “sistema de recompensa” del cerebro que conduce a comer más cantidad, incluso de manera compulsiva, de alimentos ricos en energía.
- La vista y el olfato. El simple hecho de ver u oler un alimento tentador, unido al menor esfuerzo por obtener ese “capricho” puede acrecentar el hambre real. Esto explica lo difícil que resulta resistirse a la tentación de probarlo todo ante una sobremesa repleta de dulces o de alimentos apetitosos.
- Más variedad, más apetencia. Exponerse a una mayor oferta alimentaria conduce a comer más de lo previsto. Aunque se trate de alimentos semejantes, la posibilidad de elegir en la sobremesa entre diversidad de dulces (bombones, masitas, tortas...), bocaditos salados tipo canapés, snacks (papas fritas y similares) o bebidas (jugos, refrescos, cerveza, vino, etc.), con sus distintas formas y colores, incita siempre a un mayor consumo.
A mayor variedad, más apetencia.
En resumen, una mayor oferta de comida sabrosa -en particular, de alimentos ricos en grasa y azúcar- altera las señales de hambre y saciedad. ¿El resultado? Se
come más cantidad y aumenta la apetencia por alimentos ricos en grasas.
VALERIA CABRERA
Fuente: ABC
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