La oferta de pastelería pornográfica en España no ha cambiado mucho desde su aparición en los ochenta, porque solo se compra para fiestas y despedidas. Celebramos San Valentín repasando su historia.
Fernando Díez Muñiz viajó con su padre a Nueva York a mediados de los años ochenta. Por aquellas calles efervescentes se toparon con una pastelería -el oficio del padre, que el chaval ya aprendía-, y se pararon a curiosear.
Lo que vieron en el escaparate les dejó ojipláticos: penes, vaginas y pechos jugosos hechos de confite; un comercio dedicado al sexo de chocolate y crema. Una casa de Hänsel y Gretel que tuviera por bruja al bigotudo Ron Jeremy meneando un badajo de mazapán. “En Nueva York descubrimos la pastelería erótica y nos dijimos: ¿por qué no hacerlo aquí?”.
CONFITERÍA FERRIO
Lo que vieron en el escaparate les dejó ojipláticos: penes, vaginas y pechos jugosos hechos de confite; un comercio dedicado al sexo de chocolate y crema. Una casa de Hänsel y Gretel que tuviera por bruja al bigotudo Ron Jeremy meneando un badajo de mazapán. “En Nueva York descubrimos la pastelería erótica y nos dijimos: ¿por qué no hacerlo aquí?”.
El “aquí” era Hernani, donde Fernando, a sus 52 años, mantiene una pastelería tan tradicional que hasta su porno dulce también es añejo, porque aquella determinación con la que regresó de Norteamérica junto a su aita se tradujo de inmediato en penes, vaginas y pechos propios. O sea; imitados, pero con ingredientes y diseños pergeñados en su obrador. Sus pasteles aparecieron en la España protodemocrática junto con los primeros sex shops, la portada de Interviú con Lola Flores en topless y el estreno de la impagable película No me toques el pito que me irrito, de Ricard Reguant (título, por cierto, que luego copiaría para su autobiografía Torbe, trasunto español de Ron Jeremy conocido como el “rey del porno freak”).
Fernando y su padre se pusieron a amoldar mazapanes con formas genitales en un país al que aún le daba vergüenza el cuerpo. “Cuando la gente venía a encargar los primeros pasteles eróticos no era como ahora, que lo hace con mucha más soltura”, recuerda Fernando. De aquella el cliente hablaba en voz baja, mirando de soslayo alrededor, con un nerviosismo casi cinematográfico a medio camino entre Andrés Pajares y Woody Allen (analogía que también podría ilustrar el estado de aquella democracia). Si antaño sacaban las tartas tapadas, hoy la clientela desfila por el mostrador de Pastelería Fernando eligiendo con la misma naturalidad el postre de cumpleaños que penes totémicos o pechos aerostáticos, dentro de un catálogo que no debe de tener parangón: “Hay más de 40 productos, los puedes ver en nuestra web, y seguimos añadiendo”. Elaboran incluso pasteles dedicados a fechas señaladas, caso de San Valentín o de San Fermín. Este segundo, un pequeño pene con sus piececitos y sus ojitos y su boina y con su pañuelo rojo anudado al cuello: una monada marrana; santos venéreos que escandalizarían al señor Alcántara.
La denominada pastelería erótica es más bien pornográfica y su consumo sigue asociado a la fiesta, principalmente las despedidas de la soltería, los cumpleaños y las juergas de amistad. Probablemente por dicho origen, esta variante del placer dulce nació como representación explícita de la sexualidad, sin pasar antes por la clasificación S, directa a la X, a los dos rombos. Y con dicho carácter provocador se ha quedado, a pesar de que el dulce, como alimento, como sabor adictivamente agradable, siempre ha estado asociado a la lujuria sin necesitar mayor exhibicionismo. El chocolate calienta más el cerebro que la foto de un desnudo, según la ciencia. La miel es “la epopeya del amor”, “dulce como los vientres de las hembras”, en los versos encendidos de Federico García Lorca.
La moderna pastelería erótica, sin embargo, tiene más de estriptís que de Afrodita, de cachondeo que de voluptuosidad, pues importa la forma en lugar del fondo. En la época de la viagra nadie se acuerda de la cocina afrodisíaca: si solo haces gofres con forma de polla, llamas a tu comercio La Pollería y a los pasteles, “pollofres”. Esa es la oferta del establecimiento de Pedro Bauerbaum en el barrio madrileño de Chueca, dedicado con empeño a hornear vergas tamaño sansón con textura abizcochada. Porque el falo es la estrella de este sector, lo que más se consume de largo; en la pastelería Fernando los cubren de chocolate, que con su robusto endurecimiento al enfriarse facilita darle forma al banano, y los rellenan con leche condensada encerrada en la punta. Dan ganas de cantar un Me subí a la verja al escuchar la descripción.
Manuel Padilla, maestro repostero en la pastelería Negrell de Girona, confirma lo que dicen casi todos los artesanos del porno mullido: “Se pueden hacer muchas cosas, pero lo que más se venden son penes. Porque lo que más vienen son mujeres, para despedidas de soltera, y les gusta hacer el juego de morder y que salga la leche condensada”. ¡Hala, la Fontana! Los pasteleros eróticos trabajan a demanda pero, en opinión de Manuel, el público no es siempre tan audaz con su imaginación libidinosa: “Aunque parece que estamos muy adelantados, en el fondo somos muy tradicionales”.
Pedir unas tetas de vainilla en los años ochenta resultaba transgresor; en el siglo XXI, imaginar algo más sutil es precisamente lo que a nadie se le ocurre, lo que rompería la convención. “Como mucho, te piden que a la tarta de siempre, con la vagina o el pene encima, le añadas una dedicatoria o algún dibujo”, cuenta Alejandro Ferrio, un argentino de 58 años, de padre gallego y madre asturiana, que de joven se vino a vivir a España y que regenta la Confitería Ferrio en A Coruña, otro de esos negocios locales veteranos en el arte de plantar golosinas impúdicas.
Los obradores afrontan ahora más competencia para un producto de temporada, de primavera (no porque se altere la sangre, sino porque se organizan más despedidas), que ya producen por su cuenta las empresas que se dedican a organizar los antiguos funerales del celibato. Proveen del pastel como parte del pack de sus francachelas unisex: camisetas, cena, postre lúbrico y limusina. Los elaboran con moldes e ingredientes sencillos o directamente los compran industriales (y hay hasta quien engendra barbaridades). En el obrador, por el contrario, la tarta erótica sale en ocasiones algo más cara, ya que añade un trabajo extra por parte del artesano cuando ha de reproducir con sus manos la fantasía calenturienta de un cliente. Lucas Díaz, de 68 años y propietario de La Tartería, una cadena de 14 tiendas en Tenerife, recuerda que “hace 30 o 40 años estas tartas se anunciaban por la radio, y eran más artísticas, porque se hacían con mazapán y con otros diseños”. Hoy se encapsulan en catálogos sin pasar por el escaparate siquiera: “No las tenemos en exposición porque entran niños”. ¿Se vende algo por San Valentín, por cierto? “No, qué va, en San Valentín todo son corazones”. El Amor con mayúscula se resiste a retozar.
Xavier Cuith tiene 38 años y, como es habitual en este negocio, es repostero por familia: la tercera generación en Pasteles Barcelona. Precisamente introdujo hace dos décadas la pornografía azucarada “porque empezaron a pedirlo las empresas que organizaban despedidas, pero ahora la cosa ha bajado bastante, es cada vez más difícil competir”. Vende penes, vaginas y tetas, por supuesto, en su web y en mostrador, elaboradas con brioche, “tipo coca de San Juan”, o con fondant, que es “más complicado de manipular pero gusta mucho”. La pastelería erótica le proporciona un porcentaje pequeño de su facturación, algo frecuente también entre sus colegas, como consecuencia de un consumo acotado a las juergas de cumpleaños y esponsales. Al parecer, a nadie le apetece comerse un pene o una vagina porque sí. Qué sosos somos; en la era de Pornhub, todavía nos andamos con remilgos.
Fernando y su padre se pusieron a amoldar mazapanes con formas genitales en un país al que aún le daba vergüenza el cuerpo. “Cuando la gente venía a encargar los primeros pasteles eróticos no era como ahora, que lo hace con mucha más soltura”, recuerda Fernando. De aquella el cliente hablaba en voz baja, mirando de soslayo alrededor, con un nerviosismo casi cinematográfico a medio camino entre Andrés Pajares y Woody Allen (analogía que también podría ilustrar el estado de aquella democracia). Si antaño sacaban las tartas tapadas, hoy la clientela desfila por el mostrador de Pastelería Fernando eligiendo con la misma naturalidad el postre de cumpleaños que penes totémicos o pechos aerostáticos, dentro de un catálogo que no debe de tener parangón: “Hay más de 40 productos, los puedes ver en nuestra web, y seguimos añadiendo”. Elaboran incluso pasteles dedicados a fechas señaladas, caso de San Valentín o de San Fermín. Este segundo, un pequeño pene con sus piececitos y sus ojitos y su boina y con su pañuelo rojo anudado al cuello: una monada marrana; santos venéreos que escandalizarían al señor Alcántara.
La denominada pastelería erótica es más bien pornográfica y su consumo sigue asociado a la fiesta, principalmente las despedidas de la soltería, los cumpleaños y las juergas de amistad. Probablemente por dicho origen, esta variante del placer dulce nació como representación explícita de la sexualidad, sin pasar antes por la clasificación S, directa a la X, a los dos rombos. Y con dicho carácter provocador se ha quedado, a pesar de que el dulce, como alimento, como sabor adictivamente agradable, siempre ha estado asociado a la lujuria sin necesitar mayor exhibicionismo. El chocolate calienta más el cerebro que la foto de un desnudo, según la ciencia. La miel es “la epopeya del amor”, “dulce como los vientres de las hembras”, en los versos encendidos de Federico García Lorca.
Fondant en cantidad. PASTELES BARCELONA
La moderna pastelería erótica, sin embargo, tiene más de estriptís que de Afrodita, de cachondeo que de voluptuosidad, pues importa la forma en lugar del fondo. En la época de la viagra nadie se acuerda de la cocina afrodisíaca: si solo haces gofres con forma de polla, llamas a tu comercio La Pollería y a los pasteles, “pollofres”. Esa es la oferta del establecimiento de Pedro Bauerbaum en el barrio madrileño de Chueca, dedicado con empeño a hornear vergas tamaño sansón con textura abizcochada. Porque el falo es la estrella de este sector, lo que más se consume de largo; en la pastelería Fernando los cubren de chocolate, que con su robusto endurecimiento al enfriarse facilita darle forma al banano, y los rellenan con leche condensada encerrada en la punta. Dan ganas de cantar un Me subí a la verja al escuchar la descripción.
Manuel Padilla, maestro repostero en la pastelería Negrell de Girona, confirma lo que dicen casi todos los artesanos del porno mullido: “Se pueden hacer muchas cosas, pero lo que más se venden son penes. Porque lo que más vienen son mujeres, para despedidas de soltera, y les gusta hacer el juego de morder y que salga la leche condensada”. ¡Hala, la Fontana! Los pasteleros eróticos trabajan a demanda pero, en opinión de Manuel, el público no es siempre tan audaz con su imaginación libidinosa: “Aunque parece que estamos muy adelantados, en el fondo somos muy tradicionales”.
Siete de julio, San Fermín. PASTELERÍA FERNANDO
También hay modelos más de la vieja escuela. PASTELES BARCELONA
Pedir unas tetas de vainilla en los años ochenta resultaba transgresor; en el siglo XXI, imaginar algo más sutil es precisamente lo que a nadie se le ocurre, lo que rompería la convención. “Como mucho, te piden que a la tarta de siempre, con la vagina o el pene encima, le añadas una dedicatoria o algún dibujo”, cuenta Alejandro Ferrio, un argentino de 58 años, de padre gallego y madre asturiana, que de joven se vino a vivir a España y que regenta la Confitería Ferrio en A Coruña, otro de esos negocios locales veteranos en el arte de plantar golosinas impúdicas.
Los obradores afrontan ahora más competencia para un producto de temporada, de primavera (no porque se altere la sangre, sino porque se organizan más despedidas), que ya producen por su cuenta las empresas que se dedican a organizar los antiguos funerales del celibato. Proveen del pastel como parte del pack de sus francachelas unisex: camisetas, cena, postre lúbrico y limusina. Los elaboran con moldes e ingredientes sencillos o directamente los compran industriales (y hay hasta quien engendra barbaridades). En el obrador, por el contrario, la tarta erótica sale en ocasiones algo más cara, ya que añade un trabajo extra por parte del artesano cuando ha de reproducir con sus manos la fantasía calenturienta de un cliente. Lucas Díaz, de 68 años y propietario de La Tartería, una cadena de 14 tiendas en Tenerife, recuerda que “hace 30 o 40 años estas tartas se anunciaban por la radio, y eran más artísticas, porque se hacían con mazapán y con otros diseños”. Hoy se encapsulan en catálogos sin pasar por el escaparate siquiera: “No las tenemos en exposición porque entran niños”. ¿Se vende algo por San Valentín, por cierto? “No, qué va, en San Valentín todo son corazones”. El Amor con mayúscula se resiste a retozar.
Gofres y coberturas en el escaparate de La Pollería. PABLO LEÓN
Xavier Cuith tiene 38 años y, como es habitual en este negocio, es repostero por familia: la tercera generación en Pasteles Barcelona. Precisamente introdujo hace dos décadas la pornografía azucarada “porque empezaron a pedirlo las empresas que organizaban despedidas, pero ahora la cosa ha bajado bastante, es cada vez más difícil competir”. Vende penes, vaginas y tetas, por supuesto, en su web y en mostrador, elaboradas con brioche, “tipo coca de San Juan”, o con fondant, que es “más complicado de manipular pero gusta mucho”. La pastelería erótica le proporciona un porcentaje pequeño de su facturación, algo frecuente también entre sus colegas, como consecuencia de un consumo acotado a las juergas de cumpleaños y esponsales. Al parecer, a nadie le apetece comerse un pene o una vagina porque sí. Qué sosos somos; en la era de Pornhub, todavía nos andamos con remilgos.
DAVID REMARTÍNEZ
Fuente: El Comidista - El País
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