En el barril se puede leer: «El Rey. Dios le bendiga» |
En 1850, por disposición de la Corona, se volvió a reducir la dosis, dejándola en 71 ml y una sola toma. La tradición del trago estuvo en activo, a pesar de varios intentos de suprimirlo, hasta el año de 1970
Ya les conté un poco de la historia del ron y la marina inglesa. Si recuerdan lo dejamos en el año de gracia de 1740, en que el almirante Vernon inventó un coctel llamado Grog que dio lugar a inteligentes y divertidos juegos de palabras.
El grog o, mejor dicho, la institución del tot (trago) quedó establecido y regulado tras las guerras napoleónicas. Las barricas de ron, debido a su naturaleza altamente inflamable (tenían más de 57º y podían llegar hasta los 65º), se almacenaban en un lugar especial en la bodega.
Es en 1823 que por real disposición se reduce la medida del tot a la mitad, quedando esta en una cuarta de una pinta imperial ( 142 ml) servida al mediodía y al final de la jornada. Para entonces se había desarrollado un ceremonial propio. El ron era servido desde una barrica especial decorada con latón dorado y con la leyenda: «El Rey/Reina. Dios le bendiga». Cuando la barrica aparecía en cubierta, el contramaestre tocaba con su silbato el toque de «Arriba los ánimos», respondido por la tripulación con un «Mantente firme Espíritu Santo». Había un contramaestre del ron encargado de medir la dosis. A la marinería, en general, se le servía diluido en grog. A la suboficilidad se les brindaba la opción –aceptada con entusiasmo– de ser servida su ración en estado puro.
En 1850, por disposición de la Corona, se volvió a reducir la dosis, dejándola en 71 ml y una sola toma. La tradición del trago estuvo en activo, a pesar de varios intentos de suprimirlo, hasta el año de 1970. El 28 de enero, en el Parlamento británico, tuvo lugar el llamado «Gran Debate del Ron», que sentenció que la institución no solo había perdido su función si no que «era incompatible con el alto grado de precisión y concentración necesaria para los cálculos y manejo de la complicada maquinaria, indispensable para la seguridad de la tripulación». Vamos, que «si bebes, no conduzcas».
Una cosa curiosa, en relación con la mesa del capitán y los oficiales, estos tenían la posibilidad de tener sus propias reservas de alcohol a su costa. El transportar vino (de Francia o de España) para consumo propio era excesivamente caro para los particulares (los impuestos eran muy altos) y, además, el vino viaja mal. El estar sujeto al movimiento de la nave, humedad, temperatura y otros factores hacían que muchos vinos se echasen a perder. Curiosamente al vino de Madeira (Portugal) todos esos factores le daban más cuerpo y un sabor más dulce.
Al ser viejo aliado de Inglaterra sus productos no estaban sujetos a impuestos y su precio era mucho más económico. Se dice que el feliz descubrimiento se produjo al encontrar una barrica de este vino que había quedado olvidada en un viaje a Bengala. De vuelta en Inglaterra, al abrirlo, se descubrió que había mejorado muchísimo.
Fuente: El Debate
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