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El vino existe desde la prehistoria, pero la botella de vidrio no apareció hasta el siglo XVII, cuando la bebida fermentada se convirtió en un producto de las clases altas digno de celebraciones y banquetes. La posterior aparición del champán obligó a mejorar su diseño y hacerla más resistente a la presión del gas carbónico, pero esa no es la única razón por la que hoy se siguen fabricando botellas con el culo metido para dentro. En realidad hay muchos motivos por los que se hace así; casi todos históricos.
Antes de la aparición del vidrio, el vino estaba más expuesto al oxígeno y debía beberse pronto, porque de lo contrario se oxidaba. La botella de vidrio permitió almacenar la bebida durante más tiempo y de paso hizo que el vino supiera mejor. Al principio, las botellas se fabricaban artesanalmente con la técnica del vidrio soplado. Eran de color verde por las impurezas del material (que no se filtraba), y tenían tamaños ligeramente distintos por su naturaleza artesanal, con lo que su capacidad oscilaba entre los 70 y los 80 cl. Pero la verdadera razón por la que el culo se hundía hacia dentro era para no dejar expuesto el punto por el que se había soplado la botella.
Al cerrarse, el agujero dejaba una cicatriz en el vidrio que podía rayar una mesa o volver inestable la botella. Un envase con el fondo plano solo necesita una pequeña imperfección para tambalearse, y el punto por el que se inyectaba el vidrio era el candidato perfecto. Como solución, las botellas se diseñaron con el fondo convexo, un diseño que prevaleció incluso después de que H. Ricketts & co. Glass Works Bristol patentara una forma de fabricar las botellas mecánicamente, eliminando el problema del punto.
Sin embargo, el fondo curvado de las botellas de vino (que en español se conoce como “picada”) cumple más de una función. Una de ellas es distribuir la presión dentro del envase para aguantar el duro proceso de taponado y, especialmente, la alta presión de los vinos espumosos. La curva también añade peso al fondo, lo que hace que el envase sea más difícil de derribar. Además, evita que el vidrio resuene fácilmente, lo que disminuye la probabilidad de que la botella se rompa durante el transporte; y facilita su limpieza y reciclaje al distribuir el chorro de agua por todo el fondo.
El mismo efecto entra en juego con los sedimentos del vino, que se quedan en los laterales del fondo cuando la bebida envejece (y no caen en la copa). Por último, el diseño permite apilar mejor las botellas, produce la sensación de que el envase contiene más líquido y sí, permite al sumiller agarrar la botella más fácilmente mientras te explica las bondades del vino.
Matías S. Zavia
Fuente: Gizmodo
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