Una sobremesa compartida por dos amigos en París este mismo año.RICHARD KALVAR (MAGNUM PHOTOS / CONTACTO) |
Pocas cosas resultan tan estimulantes como un buen intercambio de ideas y experiencias. Tras un ágape, incluso más
Las expresiones de su cara se acompasaban con un movimiento de labios que daba profundidad y verosimilitud a lo que decía. Inflaba las palabras de sentido, saboreándolas antes de soltarlas en el aire como pompas traslúcidas que reventaban frente a los rostros. La anécdota sonaba a confesión. Al concluir el almuerzo nos dirigimos hacia el yacimiento. Después de una década de búsqueda, la víspera habían aparecido restos de industria lítica neandertal. Decenas de miles de años al descubierto por unas horas antes de ser tapados nuevamente. La agitación era máxima. Faltaban pocos días para finalizar la campaña de excavaciones de esa temporada y, si no se daba con evidencias de presencia de Homo neandertal, concluiría el programa. José María Bermúdez, junto a un Eudald Carbonell, describían la importancia de aquel hallazgo.
Aún con la impresión de haber vivido algo irrepetible, me subí al coche con Juan Luis Arsuaga. Con ese habla de profesor que corteja la atención del alumno, liberando pinceladas de ingenio dijo: “Hoy día hay que esforzarse el doble que antes para mantenerse en el mismo lugar; no para avanzar, únicamente para permanecer en el mismo punto en el que estabas”. Es como la carrera de la Reina Roja en Alicia a través del espejo, en la que explica que, para ir a algún lado, en ese lugar se debe correr al menos al doble de la velocidad; de lo contrario, te quedas atrás. “El marco evolutivo”, continuó Arsuaga, “sugiere que las especies deben adaptarse y progresar ininterrumpidamente para perdurar; se requiere de una ventaja frente a rivales en continua evolución y en entornos cambiantes”. Esto también sucede en todo tipo de pugnas competitivas, también las propias, las que se baten con nuestros límites, pensé.
La existencia es un acertijo dentro de una sobremesa que invita a deslizarse por las corrientes de conversaciones, con arreglo a la condición de los participantes. Si es un sombrerero loco, una liebre de marzo o un artista conceptual, el diálogo promete una vía de acceso a los dominios de la intuición y los sueños alejados del convencionalismo.
En 1965, Joseph Beuys, vestido con un traje de fieltro y la cara untada con miel y polvo de oro, caminó con una liebre muerta en brazos por una galería de arte en Düsseldorf susurrándole comentarios sobre los cuadros expuestos, una acción cargada de simbolismo que perseguía estimular la imaginación rebasando la racionalidad que suele deteriorar el trabajo creativo. “Hasta un animal muerto posee más capacidad de intuición que la mayoría de los humanos”, declaraba el artista. Una performance que esgrimía la convicción de que las ideas pesan más que lo material. Como las opiniones que flotaban sobre la mesa tras un almuerzo y se cosen en un intercambio de puntos de vista que se adueña de los partícipes, volviéndolos herramientas de creación. Es lo que mostró un estudio del Basque Center on Cognition, Brain and Language: un diálogo provoca que la actividad neuronal se sincronice y conecte, en una suerte de comunión que va más allá del propio lenguaje.
Sobremesas como los sueños de buenas historias del escritor chino Lu Xun, los festines de Cunqueiro elevados a rito conversacional o las descripciones de recetas que evocaba Honoré de Balzac: si no se puede disfrutar de los platos, cabe el consuelo de leer un libro de cocina. No hay mundo más mágico que el de la interacción con otras personas, y alrededor de una mesa, aún más. Porque este es un espacio que nos invita a conmovernos, emocionarnos y convencernos, gracias a esa superposición entre áreas del cerebro que involucran el proceso de comprensión de historias y las empleadas para entender a otras personas. De este modo, un pasaje leído o un suceso narrado que recreen detalladamente un paraíso perdido del pasado nos ponen en el lugar de revivirlo gracias a esa capacidad de simular que disfruta el cerebro. Coloquios sabrosos que legan saber y experiencia, dando sentido a esas palabras de la Duquesa a Alicia: “Te regalo con gusto todas las cosas que he dicho hasta este momento”. Al fin y al cabo, como sostuvo Beuys, “la mejor obra de arte es una buena conversación”.
Calabaza y vermut
ANDONI LUIS ADURIZ
Fuente: El País
No hay comentarios. :
Publicar un comentario