El Gourmet Urbano: FIAT PANIS por Humberto Silva @humbertosilvad

domingo, 2 de octubre de 2011

FIAT PANIS por Humberto Silva @humbertosilvad

 

¡EL REY NO HA MUERTO!

 
Crónica de una boda multicultural.
 

No me fue extraño recibir una invitación para la boda de la hija de unos amigos, ya se había comentado a principios de año de tal acontecimiento, aunque confieso que cada día son menos los que se atreven a invertir en una fiesta a todo lujo, sobretodo para complacer a los ojos de papá y para que los amigos y familiares puedan reunirse a disfrutar de un buen momento. Por el tipo de tarjeta y el lugar donde se efectuaría la fiesta, considere que iba a ser como las típicas bodas que hemos estado acostumbrado asistir, no faltaría la buena comida, bebida y la música de algún Dj amateur con altos niveles de decibeles imposibilitando cualquier tipo de conversación sin tener que gritar.
 

 

Mi percepción cambió radicalmente al entrar en aquel salón, atrás quedaron los recuerdos de las bodas que pude haber asistido, las damas de honor eran una suerte de un desfile de Agatha Ruiz de la Prada, los colores intensos desafiaban el blanco impoluto de la novia, color algo evidente para que quedara claro de quien era la boda, los caballeros de honor no se quedarían atrás en cuanto al vestir, regios Fracs competían con un multicolor encuentro de zapatos marcas Converse®, los cuales le daban un toque muy juvenil y desenfrenado, propicio para lo que vendría luego según petición de los novios.

Mi investigación fue dedicada al encuentro culinario, un amplio mesón decorado con infinidad de postres, cupcakes, verrines, esos pequeños vasos con elaboradas combinaciones de sabores dulces o salados y envases de cristal repletos de golosinas para llevar a la casa, ¡sí, como lo lee!, pequeñas bolsas transparentes invitaban a tomar un puñado de esas golosinas, cual detal por peso, y andar y desandar por toda la fiesta compartiendo esas suculencias. La oferta de bebidas energéticas de marcas reconocidas anunciaban que lo que venía requería un extra de taurina, cafeína, guaraná, Ginseng, entre otros.

Al no saber el origen del novio, rápidamente saqué mis conclusiones al ver sobre las mesas manjares exóticos libaneses que harían de mi estancia un cuento de las mil y una noche. Tabulé, Hummus, Baba Ganush, Kibbeh, Pan Pita y unas ruedas de carnes muy parecidas a un embutido relleno con copiosas cantidades de pistacho daban a mi paladar el placer de la gastronomía árabe, aunado a Bolinhos de Bacalao, Milho frito, pequeñas porciones de Bife de Atún, Bolo do Caco (pan típico portugués), etc., confirmarían mi percepción culinaria de que estaba en la boda perfecta. Mis ojos fijaban atentamente la llegada de los mesoneros ofreciendo una gama de pasapalos como Filet Mignon, Pollo con Tocineta, Volován con distintos rellenos, Croquetas de pescado, brochetas de lomito, etc. Éstos ofrecían a los invitados un tentempié mientras llegaba la hora indicada para la apertura del gran buffet.

Mis inquietudes empezaron a hacerse cada vez más fuerte cuando transcurría la noche y el Rey de los pasapalos venezolanos no aparecía. Me trasladé al extremo opuesto de la fiesta para constatar con mis propios ojos que por la demanda de los “tequeños” jamás llegarían a donde yo estaba, ya que debían atravesar, entre otros puntos, la misma pista de baile, la cual estaba a reventar.

Una inmensa barra con luces led de color azul sería el lugar de encuentro por parte de algunos invitados, allí sólo se servían a petición tragos procedentes de cócteles realizados con el orgulloso ron venezolano, pudiendo constatar como los batender hacían de las suyas para ofrecer libaciones y dedicarles la magia de la mixología, como sugerencias del Dios Baco, a fanáticos de las mezclas de licores. Un Sushi Bar colocado estratégicamente mantenía una fila constante de amantes de la comida asiática, roles con distintos rellenos, ensaladas, algas y sashimis podrían ser consumidos con malabarismos por algunos inexpertos en la utilización de los hashi o palitos chinos, o por la destreza o habilidad de otros.

Nada que veía los tequeños. Aunque sé que su elaboración no está ligada intrínsicamente a los oficios de la panadería, si sé que esa cobertura que lucen cuando están dorados es hecha con harina de trigo, la misma para hacer nuestro pan, o de masa de hojaldre que hace del tequeño algo más estilizado y de un sabor fantástico. Pensé: “¿será que el rey ha muerto?”, ¿cómo es posible que, aunque la boda es luso-libanesa, el tequeño haya sido obviado? ¡Pero si estamos en Venezuela! Razón tiene el Chef Sumito Estévez cuando, en su columna sabatina de un periódico, comentó la manera de perder la identidad de un producto como el tequeño por la sencilla razón de no defender los que nos pertenece, y darle luz verde a que otros quieran apropiarse de éste. No me di por vencido, seguí tras la búsqueda del Rey, tenía la certeza de que tarde o temprano lo encontraría, pero no lograba hallarlo.

La pista era el epicentro de bailes árabes con ritmos electrónicos, era fácil en ese momento saber quiénes eran los invitados del novio. La cintura y los movimientos sutiles y sensuales de las manos de las mujeres no ponían en duda que esa sangre era libanesa, todo un festín para los ojos. Con la precisión que caracteriza a los buenos Dj, entró en escena el Bailinho de Madeira entrelazándose ambos ritmos en uno solo, fue agradable saber cuánto disfrutan las personas de los bailes de sus países de origen, una forma de mantener su identidad y de jamás perder su esencia.

Las horas transcurrían, el buffet fue abierto, sin mayores sorpresas desde el punto de vista gastronómico, mi desilusión fue interrumpida por las trompetas ensordecedoras de un mariachi como parte de las sorpresas de la boda. Ya casi a las 3 de la madrugada no había nada que esperar, todo ese venezolanismo se esfumó, el Rey no apareció. Ya había saciado mis curiosidades culinarias cuando el mariachi, complaciendo peticiones por parte del padre de la novia, solicitó una canción, ¡y en ese momento los vi aparecer entre la multitud!, como si mis súplicas hubieran sido escuchadas, bandejas repletas de humeantes tequeños, las cuales fueron ferozmente atacadas por los invitados, casi sincronizado, un mariachi de baja estatura, prominente bigote y regordete, cantaba con voz de mero macho mejicano, “… ♪♫ y yo sigo siendo el rey ♫♪…”. En ese momento, al ver los tequeños, entendí que el Rey estaba vivo, sólo se dio el postín que la nobleza se permite, las adulaciones, rendiciones y sumisiones eran palpables, eran evidentes, eran gratificantes. Me fui tranquilo a descansar, a escribir al día siguiente esta crónica para trasmitirle lo que se siente estar en un matrimonio multicultural, y concluir que si no cuidamos lo que es nuestro lamentaremos que el tequeño y otros productos que nos identifican pasen a ser propiedad ajena.

¡Buen provecho!

 
Humberto Silva D.
Maestro Panadero
 

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