“NOMBRE, AÑO, UVA, procedencia, modo de elaboración, grado alcohólico, volumen, texto legal, cantidad de botellas... la etiqueta es el manual de instrucciones que nos ofrece el productor ¿Están siendo claros con nosotros?”
Ya quisiera uno que como en los cuentos infantiles la etiqueta de la botella obre como el viejo espejo de la bruja y revele verdades. La competencia entre viñas y precios es cada vez más dura, la variedad de vinos y de formas de elaboración supera lo imaginado, los terruños para cultivos siguen apareciendo, entonces descubren Limarí, en Chile, así que visitar la tienda es como meterse en un laberinto sin fin.
¿Cómo salir bien librado? Ir siempre a la fija es una opción, pero de las más grises, porque, justo entre tanta riqueza, beber lo que ya memorizamos es perder oportunidades. De vinos se aprende descorchando y descorchando, acertando y decepcionándose. Otra opción es basarse en el precio, pero en vinos lo costoso no es lo único de calidad. Queda acudir a la etiqueta como "espejito, espejito". Para eso las pegan en la botella. Que hay líos para entenderlas, por supuesto. Pruebe con una francesa, y ni siquiera por el idioma: informa el château donde fue elaborado el vino, el año, si es un Grand cru y cuántas botellas sacaron, pero reserva el dato de la uva utilizada, que puede ser clave. En otros países, por estimular la compra, exageran en creatividad, entonces aparecen materiales como aquel con pinta de remedio para la tos, o ilustraciones de carros de carreras o de siluetas de mujeres. La intención de cautivar segmentos de clientes supera el dato enológico. O son minimalistas y ocurre lo de Australia, como cuenta Juan Manuel Moreno, de Buena Mesa: "No es malo que utilicen chips de roble en vez de pasar el vino por barricas; es malo que no lo digan". Pero, con todo, es la mejor opción. "La etiqueta da señales básicas: añada, país, nombre de las uvas, denominación y/o apelación", comparte la sommelier Vanessa Barradas. Por eso en su próxima compra vaya más allá de precio, país y cepa, lea cual manual de instrucciones. Y luego deje que olfato, gusto y vista entren en acción. Se dice que en vinos la primera botella la vende el diseñador de la etiqueta, y la segunda, el enólogo.
¿Cómo salir bien librado? Ir siempre a la fija es una opción, pero de las más grises, porque, justo entre tanta riqueza, beber lo que ya memorizamos es perder oportunidades. De vinos se aprende descorchando y descorchando, acertando y decepcionándose. Otra opción es basarse en el precio, pero en vinos lo costoso no es lo único de calidad. Queda acudir a la etiqueta como "espejito, espejito". Para eso las pegan en la botella. Que hay líos para entenderlas, por supuesto. Pruebe con una francesa, y ni siquiera por el idioma: informa el château donde fue elaborado el vino, el año, si es un Grand cru y cuántas botellas sacaron, pero reserva el dato de la uva utilizada, que puede ser clave. En otros países, por estimular la compra, exageran en creatividad, entonces aparecen materiales como aquel con pinta de remedio para la tos, o ilustraciones de carros de carreras o de siluetas de mujeres. La intención de cautivar segmentos de clientes supera el dato enológico. O son minimalistas y ocurre lo de Australia, como cuenta Juan Manuel Moreno, de Buena Mesa: "No es malo que utilicen chips de roble en vez de pasar el vino por barricas; es malo que no lo digan". Pero, con todo, es la mejor opción. "La etiqueta da señales básicas: añada, país, nombre de las uvas, denominación y/o apelación", comparte la sommelier Vanessa Barradas. Por eso en su próxima compra vaya más allá de precio, país y cepa, lea cual manual de instrucciones. Y luego deje que olfato, gusto y vista entren en acción. Se dice que en vinos la primera botella la vende el diseñador de la etiqueta, y la segunda, el enólogo.
Juan Felipe Quintero A. Medellín Publicado el 9 de octubre de 2010
Fuente: elcolombiano.com
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