Pocos lunes me libro de encontrarme con un conocido que, lleno de entusiasmo, me dice: “ahora sí me tomé el mejor vino del mundo: fue el fin de semana y salió rico con la comida, nada pesado, tanto que se acabó la botella y descorchamos la otra y hasta quedamos con ganas”
Pero, ante las preguntas obligadas, cuál vino, cuál cepa, de dónde, de cuál color, surge la respuesta terrible de: “¡uy!, no me acuerdo, creo que era chileno; no, tal vez neozelandés; eso sí, era blanco”.
Notas de aromas, gusto y color en la herramienta de texto, y foto con la cámara: arme su base de vinos en su teléfono inteligente
En términos de aprendizaje, mi amigo perdió el descorche. Encontró su clave de gusto y placer, dio con la marca, el origen, el compañero de comidas que lo satisfacen ¡y lo olvidó!
Hay niveles de aprendizaje. Unos rozan con la enología, con un tipo de profundización que daría para ejecutar con éxito maniobras en una viña y en su bodega. Por supuesto, no todos podemos llegar allá, entonces queda otro nivel: el de tener conocimientos suficientes para saber qué pedir en un restaurante con nuestro plato favorito, qué elegir en una tienda donde la góndola exhibe mil botellas, qué regalar en un momento especial a una persona querida, qué descorchar un día caluroso.
Leyendo, preguntando y poniendo cuidado les aplica a los dos. En un papelito, en una libreta tipo diario, en el teléfono móvil, con foto y todo, así de simple, podemos ir armando nuestra bitácora del vino, sin importar la frecuencia de consumo: viña, línea, marca, cepa, año de cosecha, color, forma de elaboración (si tranquilo, si espumante, si dulce), comida con la que hizo armonía perfecta y precio.
Por supuesto, la bitácora funciona para los vinos espectaculares como para los inolvidables por lo malos, simplones o pesados.
Colores, aromas, gusto y algo de tacto y oído nos acercan al vino. Propongo, entonces, algo más: la memoria, para registrar las copas gratas y las de decepción.
¡Hasta la próxima!
Juan Felipe Quintero
Periodista de Vinos
La Cava de Quintero
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