El Gourmet Urbano: Fiat Panis por Humberto Silva (@humbertosilvad): Serie: capitales y ciudades del mundo, y sus panes.

domingo, 22 de enero de 2012

Fiat Panis por Humberto Silva (@humbertosilvad): Serie: capitales y ciudades del mundo, y sus panes.

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Recuerdo la primera vez que me encontré cara a cara con Nueva York. ¡Cómo olvidarla!, tan intimidante como fascinante, queriéndome subestimar con sus grandes edificios, sus bulliciosas calles, con el leve frío que emanaba de la primavera cuando ésta reclamaba sus espacios al invierno; pero rápidamente nos compenetramos, nos amamos, me abrió sus sensuales brazos para que conociera lo más íntimo y profundo de su ser, y yo complacido caí rendido a sus pies, a su majestuosidad, al glamour que sólo las grandes ciudades del mundo se permiten seducir al placer. No lo niego, como todo primer encuentro, le temí, mi corazón palpitó con frenesí, busqué en su rescoldo sentirme cómodo, a gusto, complacido, y cual dama, supo como darme tiempo, espacio para que me acostumbrara a su voz, a su olor, a sus encantos, a su tiempo.

Me llevó de la mano por aquellos lugares a los cuales solía invitar a sus amantes, aquellos donde se enorgullecía en cada recorrido, donde exhibía sus mejores dones y le eran reconocidos por todos. Me subió casi hasta tocar las nubes, en esos lugares donde los hombres retaban el vértigo en impresionantes arquitectura, exponiendo cuales joyas los regalos que le habían dando sus más eternos admiradores. Casi sin percatarme me encontraba frente a edificios donde el sol tenía limitado su reino, donde el dinero se comercializa a cambio de gritos y señas, donde la economía tiembla de no llegar a acuerdos. Cálida y amable cuando la conoces, eres parte de ella cuando te acepta, como lo hizo con tantos otros que encontraron su nuevo hogar, sin distingo de raza o cultura, Italiana, Turca, China, Latina, etc., seduciéndolos a todos y marcando, cual beso, parte de su cuerpo como suyos.

 

Me enseñó su forma de ser, su cultura y sus costumbres, me paré junto a ella a disfrutar de unos pretzels bañados con mostaza, me dijo dónde estaban los mejores, aunque con el tiempo entendí que solo pretendía darle mérito a quien mejor los hacía, concluí que en general todos son fantásticos, crujientes y evoca sensaciones que nos recuerda sus orígenes teutones, con la sutileza de la Alsacia Francesa, donde quizás son tan populares como en el mismo seno de la gran manzana, como suelen llamarla; tal vez por lo pecaminosa de sus noches bañadas por centenares de estrellas y rodeada de lazos de ríos que sugiere la misma forma de los pretzels. Dulces o con cristales de sal, semillas de sésamo, queso con jalapeño, cereales con pasas, etc., son en sí un emblema de la ciudad. Esquinas y locales se disputan favoritismos de propios y ajenos para ofrecer esta fantástica opción gastronómica, siendo uno de los pocos souvenirs que se come y disfruta.

 

Recorrí, tomado de su mano sus principales vías, tan nombradas como puestos de perros calientes o “hot dog” encontré en mi camino; razón tenían aquellos osados que se aventuraron a su encuentro, que me advirtieron que iba a sucumbir a sus sabores, tan sencillos si los comparamos con los nuestros, pero con una arrogancia que los hacen ser los dueños de la calle, junto a los pretzels y los taxis amarillos con la siempre mirada vigilante de la gran dama de la libertad.

 

La invité a cenar, cenamos, probé su gastronomía, me cautivó, me hizo sentir a placer las luces en Time Square, me sedujeron a disfrutar de Broadway, de sus teatros y del calor que emanan los turistas al caminar. No fue mi caso, jamás me sentí como tal, ella me hizo entender que era parte de su ser, de su vida, de sus disfrutes, y así fue. Le agradecí su paciencia para mostrarme cada detalle de su entorno, incluso mas allá de su cosmopolita urbe. A un partido de béisbol en el Yankee Stadiun le invité a ver, más pretzels y hot dog pudimos disfrutar y concluir que no hay juego si no hay snack.

 

La noche llegó, el frío primaveral abrazados nos hacía estar, caminamos tomados de la mano entre calles abarrotadas de cafés y seducción, donde los amantes encuentran la complicidad de la soledad para contemplar la gran ciudad y el momento justo para enamorar y un beso robar. Las horas pasaban en una atmósfera de total amabilidad, y en nuestras conversaciones siempre los pretzels a relucir salían, cuál era el mejor, el más famoso, el más cautivador. Ella su preferido tenía, yo apenas empezaba a conocerlos, poco a poco fui creando mi propio juicio, mi propio gusto. Mi actitud urbana, callejera, me hacía preferir los informales, los de los vendedores ambulantes, sin oropeles ni manteles, solo la improvisada servilleta, el ruido de alguna sirena y la grata sensación de comer sin etiqueta, sin modales.

 

El final de un encuentro se aproximaba, ya a mi Caracas debía regresar. No lo hice sin antes grabar en mi memoria todos esos pasajes que con ella conocí, sin dejar de recordar cada minuto que a su lado pude estar. Aún la recuerdo, aún la anhelo, y aunque años después volví a visitarla, ella me dejó andar solo, como un recordatorio de lo que juntos vivimos, para que jamás la olvidara y de ella hablara. Pasan los años y marcadas heridas en su alma existen, cual cicatrices imborrables de absurdas bofetadas dejaron la huella donde gigantes gemelos convivían. Pero allí está, estoica y fascinante como siempre, imponente y cautivadora, hacen que hoy hable de ella como uno de mis mejores encuentros de amor a primera vista, y poder concluir que puede que te impacte, te cohíba, te embruje, te aterre, pero bien vale la pena conocerla.

 

¡Buen provecho!

 

Humberto Silva

Maestro Panadero

 

 

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