El vino ocupa su lugar en muchos rincones de nuestra vida haciéndolas más sabrosas e intensas. Lejos del estiramiento 5 estrellas que impone la moda actual, estos son algunos de los rincones verdaderos del vino.
El vino es un placer en sí mismo. También, un catalizador de otros placeres. En eso no hay ninguna otra bebida que consiga darle a la existencia terrena ese brillo vital y ese sabor caprichoso. Y por eso, los amantes de la vida y del vino llenan sus copas en las situaciones más diversas, a veces contrapuestas, pero siempre vitales. Sucede que el buen vino mejora la vida, la potencia y amplifica y al cabo hace que sea más completa e intensa. Si tienes alguna duda, lee con atención los textos que siguen y dale rienda suelta a la complacencia. Y sino, léelos igual y piensa cuáles le sumarías.
La más obvia, con las comidas. Tintos, blancos y rosados son inmejorables compañeros en la mesa. Hacen que un asado sea perfecto, que unas pastas con oliva ganen altura y que unos triángulos de queso tybo barato sean la gloria en pocos centímetros cuadrados. El truco, esto hay que decirlo, es buscar el gusto personal: cuándo un tinto aromático y ligero y cuándo un blanco cremoso y suave.
Con una buena lectura. El whisky es cerebral, eso dicen todos sus bebedores. El vino, en cambio, es inspirador. Sobran los casos de autores como Duras, Montaigne, Khayyam que escribieron y escriben con una buena copa de vino para endulzar su poesía o prosa. Mientras que leer con una copa a mano es cerrar el círculo iniciado en la otra punta, despertar la imaginación y encender la sensibilidad con el calor de su boca.
Compartir con amigos. Quien gusta recibir visitas en su casa tiene siempre a mano una buena botella de vino. No hay nada mejor que sentarse a la mesa, en el living o en un patio en verano, con una copa para cada uno –sea tinto, blanco o rosado- y dejar que el vino relaje la conversación, le de vida y la lleve por derroteros íntimos. Si se tratara de consejos, saldrán los mejores; confesiones, las más sinceras; también las más graciosas humoradas.
La música con vino es una combinación perfecta. Porque amplifica y da forma a los sonidos, ablanda los géneros y los estilos, y uno se acerca perceptivo a su densidad matemática. Si el rock se vistió de transgresivo, la música clásica de paisajes campestres y el jazz con noches de humo y cócteles, todos ellos se encuentran en una buena copa de vino. Sino, has la prueba, descorcha y escucha de un tirón a Miles Davis, Bach, Dylan, The Beatles, Arctic Monkeys, Atahualpa Yupanqui, Beethoven, Bonobo, Gershwim, Spinetta. Por citar algunos, claro.
Sexo y vino. Cualquiera que haya amado una noche de invierno sabe, por experiencia propia o porque ahora se lo contamos, que hacerlo con una botella de vino reposada junto a la cama, el sillón o en la cocina, es sumar una pimienta y un sabor que nos hace más vivos. No en vano, el vino –tinto, blanco, rosado o espumoso- enciende la imaginación y reconforta el cuerpo. Igual que el buen sexo.
Como aperitivo, y decimos aperitivo en el sentido más amplio, de todo lo que va antes de algo mejor. Ahí, por ejemplo, está una copa de vino blanco a las siete de la tarde en verano, junto a la pileta; o esa otra de espumante en un cocktail, que acomoda el cuerpo a la situación de charla; o todo el ritual de cocinar con una copa de vino en la mesada, testigo del preparado e ingrediente clave que despierta el apetito y pone a rodar el deseo de cosas mejores.
Para relajarse. En tiempos de pastillas para dormir, hay que saber que una buena copa de vino en la noche es el mejor de los aliados de un buen sueño. En eso, mientras otras bebidas activan, el vino sumerge en su parsimonia agradable, como si fuéramos apagando las luces de a una en el cuarto donde tenemos encerrada a la ansiedad. Incluso están los que, baño de inmersión mediante, con una copa de buen blanco se sumergen –literalmente, en cuerpo y alma- en un sueño delicado.
Para olvidar. Sería necio negarlo: de todos los paraísos artificiales que el hombre ha creado, el del vino tiene la virtud de la amnesia. No es como la amnesia de otras bebidas –el blackout de Qué pasó ayer- sino algo más sutil y verdadero, que tiene que ver con difuminar los bordes de las emociones. No en vano existe el vino del recuerdo y el vino del olvido en las mitologías clásicas. Y en ambos casos, curiosamente, siempre se trata de amor.
Fuente: Planeta Joy
No hay comentarios. :
Publicar un comentario