La elaboración de las hallacas venezolanas. como ejemplo de un trabajo en conjunto y lleno de maestría.
En el tres de oros de Rider-Waite las figuras de un arquitecto, un escultor y un sacerdote se reúnen para trabajar en la decoración y construcción de una iglesia.
Cada persona aporta sus habilidades y el sacerdote añade una medida de inspiración. Esta carta habla del desarrollo de las propias cualidades, el esfuerzo y la dedicación laboral que dan como resultado el dominio y la maestría. Las tres figuras significan que el mejor trabajo combina la habilidad técnica (elemento aire), la comprensión espiritual (elemento agua) con la energía y el deseo (elemento fuego). Los tres pentáculos (oros) en la carta forman un triángulo que se eleva con la punta hacia arriba, mostrándonos cómo una labor puede elevarnos a niveles superiores, en tanto que debajo hay una flor que apunta hacia abajo, simbolizando la necesidad de que ese trabajo se arraigue en la realidad del mundo y las necesidades de una comunidad.
Trata de las propias habilidades aplicadas a la vida cotidiana y de cómo cada oficio, cada destreza adquirida, permite que una persona participe en su entorno social y de cómo cada profesión y cada talento personal aporta un grano de arena para construir una imagen más amplia del mundo.
Bien, cuando en Venezuela nos disponemos a realizar las hallacas, cada miembro de la familia o del equipo de trabajo aporta sus propias destrezas y talentos. Pero para explicarlo mejor, sobre todo a los lectores no Venezolanos, me gustaría hablar un poco de la Hallaca.
La hallaca es uno es nuestro platillos nacionales y es el alma decembrina de toda Venezuela. Consiste en un guiso de carnes muy gustoso, que puede ser crudo como en la región andina del país o cocido como en el resto de territorio y decorado con aceitunas, almendras, jamón, pasas o ciruelas pasas, cebolla, pimientos y alcaparras y en algunas regiones del país, ruedas de papas o de huevos, todo cubierto de una capa de masa de maíz y envuelto en hojas asadas de plátano o de cambur las cuales finalmente se atan con hilos, para generar un paquete o envoltorio que se cocina, preferiblemente a la leña. Tiene sus primos en otros países como los tamales en México, Perú y Costa Rica, los tayuyos en Cuba y los pasteles en Puerto Rico.
La hallaca es según Rafael Cartay (1) la conjunción sibarítica del maíz de América, con las finas carnes y los soporíficos aliños venidos de Europa. El plátano africano y americano, parecen que abren el cortejo de sabores.
La palabra hallaca proviene del guaraní y deriva del verbo “ayúa” o “ayuar”, que significa revolver o mezclar. De allí presumiblemente viene la palabra “ayuaca” como cosa mezclada, que pasó luego a “ayaca”, y por último a “hayaca” que era una especie de envoltorio o paquete.
La elaboración de las hallacas es un proceso largo que puede llevarse varios días y se hace en participación en colectivo, de allí la relación con el TRES DE OROS. Cada miembro participa en la elaboración en distintas etapas: desde la visita al mercado para seleccionar las hojas y resto de ingredientes, pasando por la elaboración del guiso, preparación de la masa y de las hojas, los adornos, el relleno y elaboración, el amarrado y la cocción. Cada participante colabora con sus propias habilidades: unos guisan, otros amarran y algunos amasan, todos bajo la dirección de un guía ( sacerdote ) para obtener el resultado final: una obra artesanal llamada hallaca, la cual al igual que la iglesia construida y decorada por los tres personajes de la carta en cuestión es una expresión de dominio y maestría y de cómo un trabajo en concreto puede ser el símbolo de un interior evolucionado y de elevación del espíritu, porque si hay algo que nos hace sentir felices en nuestra navidad venezolana es hacer hallacas en familia y comerse ese delicioso platillo el cual además de hacernos más venezolanos, nos une como nación más allá de las creencias políticas y sociales y nos regala alas de ángeles para volar directamente al cielo justo en el instante en que tomamos su primer bocado.
PD: mención especial merece la persona que prepara los traguitos necesarios de whisky, ron, solera verde o por supuesto un buen vaso de Ponche Crema de Don Eleodoro.
Valentina Inglessis
REFERENCIAS
1. Rafael Cartay. El pan nuestro de cada día. Fundación BIgott. 1995.
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