El redondeo disparó los precios de artículos cotidianos, como el pan o un menú en un restaurante. Del ‘todo a cien’ se pasó al ‘todo a un euro’
Un café con leche cuesta de media en Zaragoza 190 pesetas (1,15 euros), casi tres veces más de lo que costaba en el 2001 (75 pesetas). La caña en el bar nos sale por unas 200 pesetas (1,20 euros) y la barra de pan por 125 (75 céntimos). El menú diario ahora lo pagamos por 1.665 pesetas (10 euros). Aunque estas conversiones quedan ya demasiado lejos y para los más jóvenes son hasta desconocidas, los 15 años del euro se han saldado con una vida más cara, entre el redondeo inicial y la crisis posterior.
Un cartel con la lista de precios de una cafetería a principios del 2002. - ARCHIVO
Con la llegada del euro, en enero del 2002, los precios de muchos artículos cotidianos aumentaron de golpe, al tiempo que otros sufrían los efectos del famoso redondeo, siempre al alza. Del «todo a cien» se pasó al «todo a un euro» (166,386 pesetas), haciendo que muchos bienes subieran hasta un 66% de la noche a la mañana.
Ignacio González, subdirector general de precios del Instituto Nacional de Estadística (INE), destaca que donde más se notó el efecto del redondeo fue en «los precios más pequeños, como el de la barra de pan, puesto que la tasa de variación en pequeñas cantidades es mayor». Es decir, los bienes de primera necesidad, como señala Miguel Ángel Serrano, de la asociación de consumidores FACUA.
La sensación generalizada que tuvieron los ciudadanos los primeros meses de la entrada en vigor del euro aquel enero del 2002 fue que los precios se dispararon, aunque estudios posteriores llegaron a la conclusión de que el impacto fue menor de lo que percibían los consumidores y que tuvo un efecto transitorio. El Banco de España cifró en 0,5 puntos el impacto de la introducción del euro en la inflación de ese año, muy por debajo de lo que estaban percibiendo los consumidores.
Para la autoridad bancaria, esa impresión de encarecimiento de los precios se debió a que «el impacto, lejos de ser uniforme, se concentró en determinados productos y servicios», sobre todo, en «los artículos de consumo más frecuente», según resumió en un informe publicado dos años después, en el 2004. En esa cesta figuran artículos tan cotidianos como un café, el pan o una entrada al cine.
En Aragón, la entrada en circulación del euro se vivió con normalidad, aunque los primeros días del 2002 los ciudadanos abarrotaron las sucursales financieras en busca de la nueva moneda, lo que provocó largas filas. Así, por ejemplo, fue habitual que esos días el Banco de España soportara colas de hasta cien personas antes de abrir sus puertas. Además, muchos consumidores criticaban que las entidades no proporcionaban euros a los usuarios que no eran clientes. Con todo, poco a poco, la comunidad se fue adaptando a la nueva moneda y a mediados de enero de ese año el 85% de los pagos en metálico ya se hacía en euros.
De lo que no hay duda es de que la crisis ha descubierto los defectos en el diseño del euro, que ha impuesto el mecanismo de la devaluación salarial como única vía para hacer frente a los desequilibrios que afrontan sus países miembros, puesto que ya no se puede recurrir a las devaluaciones monetarias. Según el INE, el salario medio anual se situaba en 19.802 euros en el 2002 y 12 años más tarde, en el 2014, solo había subido el 15%, hasta 22.858 euros, frente a un aumento del? IPC del 36% entre el 2002 y el 2016. El resultado, menor poder adquisitivo, una vida más cara y unos ciudadanos más pobres.
Fuente: El Periódico de Aragón
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