- ¿A que no te tomarías una Coca Cola con sus hielos y su rajita de limón en una copa de cava?
- Pues eso, la copa que elijas para el vino tampoco puede ser aleatoria.
- Nosotros hemos elegido las de la firma Riedel como favoritas.
En un país en el que los niños te dan clases de esferificaciones y nitrógeno líquidoa nada que les preguntas si alguna vez han freído un huevo, no es de extrañar (de hecho, está pasando) que haya comensales que dan la vuelta a los platos en los restaurantes para ver si la marca de la loza es de las fetén. Semejante caldo de cultivo nos tiene que llevar, por lógica, al siguiente paso: abandonar la casa de un amigo si la copa de vino que te ofrece es de las de colores con filigranas.
© J.C. de Marcos
Di no. Nunca. Por ahí no paso. Y abraza las copas de los pro, que son lisas y transparentes. Un mismo caldo puede saber distinto según el recipiente en el que se beba. Parece un esnobismo (uno más), pero, ¿a que a nadie se le ocurriría degustar un Vega Sicilia en un chato? Por eso las copas adquieren distintas formas y tamaños, para concentrar o expandir con alegría los olores, para que la boca reciba el interior de la mejor manera y la nariz capte todos sus tonos aromáticos, sobre todo si se trata de buenos vinos. Todavía no se ha inventado la copa que convierta en sublime el Don Simón.
Las copas tintadas, por ejemplo, ocultan información primordial, como la edad del vino (en las que lucen el pie verde, ya en desuso gracias a Dios, el color aporta unos reflejos que disimulan alguna turbidez de los blancos). La copa debe ser de vidrio muy fino o de cristal, para que el paladar se comunique rápidamente con el líquido y no halle obstáculos por el camino. Ambos materiales se lavan fácilmente, y una vez enjuagados con agua no conservan ningún olor, lo que permite apreciar los aromas.
Una obra de arte de decantador.© Cortesía de Riedel.
“Hay que invertir en buenas copas –dice Miguel Alonso, de la familia propietaria de la bodega Viñedos Alonso del Yerro–. Yo noto la diferencia. Y, en general, la gente la nota, pero no todo el mundo lo valora”. Sí lo hace César Morales, dueño del restaurante La Milla Marbella: “He hecho catas a ciegas y el vino no sabe igual en unas copas y en otras. Si la copa es Riedel, se nota. El cristal es muy fino y realizan el soplado como antiguamente. Los mejores sumilleres la usan y hasta Robert Parker[gurú mundial del vino] recomienda la marca, porque sus copas (su grosor, su volumen) están hechas para cada líquido, y el caldo te sabe mucho mejor”, dice.
Riedel, el Ferrari de los ajuares modernos, es la copa que debes usar para epatar. Por supuesto, hay otras firmas estupendas en los restaurantes de postín, como Spiegelau (propiedad de Riedel), Diva y Schott Zwiesel, pero Riedel es la más reconocida. Y fue pionera a la hora de olvidarse de las copas decorativas y abrazar la cristalería funcional.
La empresa familiar, que nació en 1756 en el norte de Bohemia (después se trasladó a Austria), demostró que el tamaño y la forma de la copa influyen en la percepción del olor y del sabor de la bebida. Tanto han mareado el asunto que han llegado a la conclusión de que, para obtener la máxima expresividad de cada caldo, la copa de vino tinto debe llenarse entre 110 ml y 140 ml (85 ml en el caso del blanco).
En 2017, copa a copa, Riedel facturó 250 millones de euros. De su fábrica han surgido decenas de soportes diferentes: la copa Burdeos Grand Cru, la Cabernet, la Hermitage… Su colección Sommeliers comprende 30 copas, y sus precios oscilan entre los 20 y los 60 euros por unidad, aproximadamente.
No hace falta que te hagas con todas. Basta con una que case con varios tipos de vino. “No comparto el hecho de dedicar una copa para cada vino. En las aflautadas, por ejemplo, no puedo meter la nariz entera. Yo soy más de optar por un tamaño medio, lo mismo para un espumoso que para un jerez”, dice el bodeguero Miguel Alonso, quien a buen seguro se iría de tu casa si le sacaras los vasos de Ikea para catar uno de sus vinos.
ELKO TILLA
Fuente: GQ
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