Su escasez y corta disponibilidad la convierten en un manjar exclusivo
La trufa blanca nace de manera silvestre, principalmente en la región italiana del Piamonte. Recibe el nombre científico de Tuber magnamatum Pico en homenaje al micólogo Vittorio Pico, quien identificó esta especie a finales del siglo XVIII. También se le conoce como trufa blanca de Alba, una pequeña población del noroeste de Italia donde cada año se celebra la ‘Fiera Internazionale del Tartufo Bianco d’Alba’, una subasta internacional de este diamante culinario con fines benéficos.
Chefs y expertos gastronómicos a nivel mundial se rinden al aroma agradable e intenso de los mejores ejemplares y a su extraordinario sabor. Este tesoro culinario muestra todas sus cualidades cuando se come en crudo, por lo que es un error cocinarlo. La trufa blanca se disfruta cortada en láminas muy finas, como remate de platos sencillos y pocos condimentados, como ensaladas, pastas y risottos, que no resten protagonismo a la reina italiana.
Desde la empresa Laumont, que lleva más de 40 años seleccionando las mejores trufas para sus clientes, recomiendan consumir la trufa blanca en un periodo máximo de tres días y para su óptima conservación hay que guardarla en la nevera y dentro de un recipiente de cristal. La temperatura de refrigeración debe estar comprendida entre los 2ºC y 4ºC. También se puede guardar en un recipiente hermético que no sea de plástico o de barro con papel absorbente o un trapo ligeramente húmedo.
Las mejores mesas del mundo se disputan cada otoño los pocos ejemplares que da la tierra. Sin embargo, en Laumont, que distribuye sus productos tanto a particulares gourmets como a restaurantes, tienen disponibilidad de este efímero diamante gastronómico durante toda la campaña. Además, gracias a su app gratuita, aquí puedes descargarla, adquirir trufa fresca en tan solo 24 horas es una realidad.
Fotos: Laumont Shop
MANU BALANZINO
Fuente: The Gourmet Journal
No hay comentarios. :
Publicar un comentario