Los pasteles de Belém fueron ofrecidos al público hace 182 años y todavía hoy son el máximo exponente de la antigua pastelería portuguesa
Si vas a Lisboa, sí o sí tienes que probar los Pasteles de Belém (parecidos a los de nata, pero nunca iguales), que son irresistibles tanto para turistas como para locales. Y es que no sólo son ricos en sabor, sino también en historia.
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Tras la Revolución Liberal, alrededor de 1834, todos los conventos de Portugal se vieron obligados a cerrar, y sus trabajadores y el Clero también tuvieron que mudarse. A modo de sobrevivencia, uno de ellos pidió permiso a la tienda de la refinería para vender allí unos pasteles que acostumbraban a hacer en el monasterio.
El éxito fue tal que, cada vez que la gente tomaba un barco a vapor para visitar esta zona ampliamente comercial y de atractivo turístico, no dejaban de comprar uno de estos pasteles tampoco. Así que en 1837 de fundó oficialmente los “Pastéis de Belém” en unas instalaciones anexas a la refinería con la antigua “receta secreta” originaria del Monasterio.
Casi dos siglos después, todavía las preparaciones principales se hacen de manera totalmente artesanal en la llamada “Oficina do Segredo” (o Taller del Secreto) por unas pocas personas, entre miembros de la familia dueña del local y pasteleros expertos, a quienes se les da acceso a la receta bajo extrema confidencialidad.
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Las filas para comprar un pastelito en esta tienda pueden ser largas, pero sin duda, es la mejor merienda (acompañados por un café y espolvoreados con un poco de canela o azúcar) luego de visitar el Monasterio de los Jerónimos, que también está abierto al público y no sólo es una joya arquitectónica religiosa, sino también alberga los restos del famoso navegante portugués Vasco da Gama (quien por cierto, antes de partir a la India, rezó allí con su tripulación, en una antigua capilla que estaba antes que el monasterio), el poeta Fernando Pessoa, entre otros importantes personajes de la historia de Portugal.
Además, no todos los días uno se puede degustar con una receta monástica de hace casi dos siglos. Eso es un encanto aparte.
Adriana Bello
Fuente: Aleteia
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