Murciélago de la fruta, usado en Guam para cocinar una de sus sopas típicas. . / DISGUSTING FOOD MUSEUM |
Licor de ratón, sopa de murciélago o jugo de rana son algunos de los alimentos que se pueden ver (y probar) en un curioso museo con sedes en Malmö y Berlín
Ubicada en la punta sur de la península escandinava, Malmö es la tercera ciudad con más habitantes de Suecia. Entre sus monumentos destacan la iglesia de San Pedro, construida en ladrillo en el siglo XIV, o el Malmöhus, una fortaleza renacentista rodeada de jardines y canales de agua. Los turistas que llegan de Dinamarca a través del puente de Øresund pueden visitar también el centro histórico de la localidad, el viejo puerto o el parque más antiguo de Suecia, pero a pesar de estos variados encantos la atracción turística más visitada de Malmö es un peculiar museo dedicado a la alimentación: el Disgusting Food Museum. Museo de la Comida Asquerosa, para que nos entendamos ustedes y yo en castellano.
Verdadera galería de los horrores comestibles, el Disgusting Food Museum abrió sus puertas en 2018 y a pesar de la pandemia puede presumir de recibir 20.000 visitantes al año. Actualmente tiene otra sede en Berlín y se han montado exposiciones temporales en Burdeos, Nantes y Los Ángeles, todas con el mismo propósito: entretener, educar y demostrar que la repugnancia alimentaria es en gran medida una construcción cultural.
Samuel West fue el padre de la idea. Este psicólogo estadounidense ya revolucionó el mundo de la museología cuando fundó en 2016 el Museo del Fracaso en Helsingborg, Suecia. Centrada en inventos fallidos y grandes errores de la tecnología, la exposición trataba de enseñar al público cómo el fracaso ha sido uno de los motores de la innovación. Poco tiempo después West leyó un artículo que proponía el consumo de insectos como una de las soluciones frente al cambio climático y la sobreproducción de carne. Los insectos son una gran fuente de proteína que el mundo occidental todavía no ha aceptado como alimento, así que el psicólogo americano pensó que de igual modo que la experiencia del fracaso ha agudizado la imaginación humana, la sensación de asco estaba frenando la adopción de nuevos usos alimentarios.
Jugo de rana. |
Desafiar los prejuicios culturales e incluso la repugnancia que sentimos ante ciertos sabores: ésa fue la misión que West decidió encomendar a su nuevo proyecto museístico. Abrir la mente y el paladar de los visitantes, informarles acerca del proceso de elaboración –a veces poco ético o contaminante– de muchos productos alimenticios modernos y de paso hacerles pasar un buen rato. Así nació el Disgusting Food Museum, parque temático y aula educativa al mismo tiempo. Aunque también organizan exposiciones temporales temáticas, el museo está concebido como un paseo por lo más raro, exótico y desconcertante que ofrece nuestro planeta para comer, con distintas áreas en las que el público puede oler, tocar y degustar. Algunos de los «objetos expositivos» se encuentran sólo en efigie (alimentos que las autoridades suecas prohíben importar, por ejemplo) y otros están dolorosamente presentes, como el apestoso surströmming o arenque fermentado, que debido a la reacción de los visitantes ha sido limitado a un frasco cuya tapa se puede levantar para experimentar su legendaria fetidez.
Cada uno de los alimentos expuestos va acompañado de un panel informativo que explica su origen geográfico, tradición y proceso de elaboración. Algunos se han dejado de consumir (como el escribano hortelano, cuya caza es ilegal en toda la UE) y otros han sido siempre más un remedio medicinal que un manjar ingerido con placer, como el licor chino de crías de ratón (antiguamente indicado para el asma y algunos males hepáticas) o la gomutra india, orina de vaca que la medicina ayurvédica considera muy beneficiosa para la salud.
También el licuado o jugo de rana, tradicional en algunas zonas de Perú y Bolivia, se supone que tiene efectos sobre el organismo. Desde hace miles de años se le atribuyen propiedades afrodisíacas, energéticas y curativas contra la anemia, la bronquitis, la artritis y otras dolencias, aunque la presencia de parásitos y bacterias en esta bebida la convierte en un remedio peor que la enfermedad. Algunas especies andinas como la rana gigante del Titicaca, la del lago Junín o la jaspeada están en peligro de extinción debido a su captura indiscriminada para ser licuadas junto con miel, especias, caldo de frijoles y raíz de maca en puestos ambulantes. El Disgusting Food Museum de Malmö no ofrece tragos de este zumo color verde claro, sino que denuncia su consumo a través de imágenes y textos.
Pene de toro,casu marzu y licor de ratones.
Lo que sí tiene el museo a la vista es un casu marzu, el famoso queso de Cerdeña con larvas de mosca, balut filipino (embrión de pato hervido y comido directamente en su huevo), tofu apestoso de Hong Kong (fermentado muy popular como comida callejera en el sureste asiático), hákarl islandés (carne seca de tiburón con olor a amoníaco), durián (fruta dulce con aroma a azufre, típica de Indonesia y Tailandia), bävergäll sueco (un aguardiente hecho con castóreo, secreción de las glándulas anales de los castores), langostas fritas, pene de toro (víscera que se consume en México o China, por ejemplo) o el inglés Stinking Bishop (literalmente, obispo maloliente), un queso de corteza lavada de aroma penetrante y agresivo.
ANA VEGA PÉREZ DE ARLUCEA
Fuente: Diario Vasco
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