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Detrás de una buena carta de vinos siempre hay un sumiller. O al menos alguien que nos ayude a decidir la mejor opción para acompañar la comida. No obstante, nunca está de más conocer una serie de pautas que nos puedan servir de paracaídas a la hora de lanzarnos al vacío y elegir el vino por nuestra cuenta. Lo sabemos: algunas cartas de vinos dan auténtico vértigo.
Incluso cuando una carta de vinos está bien hecha, es decir, bien pensada y presentada, elegir la etiqueta más adecuada puede convertirse en un reto. Si buscas un poco de orientación antes de aventurarte entre páginas y páginas de referencias y denominaciones, estas reglas pueden servirte de apoyo. Mientras no acabes pidiendo una cerveza después de marearte hojeando la oferta, todo bien.
Confía en tu elección
Saber de vino es cuestión de probar, probar y probar. Es uno de los aprendizajes más agradecidos que existen. Probar, y después preguntar. Si el vino te gusta, podrás ir identificando esas variedades o estilos que más se acercan a tus preferencias. Solo con eso ya habrás recorrido buena parte del terreno. Y si no te gusta, estarás más cerca de acertar la próxima vez. Tanto si ha sido buena como mala, confía en tu elección y haz que sirva para algo.
Elige la denominación más modesta
Otra cosa que nos suele orientar cuando no sabemos qué vino elegir en el restaurante es mirar la lista de precios. No es necesario pedir el más caro, porque la calidad de un vino no se mide en euros. Al menos no únicamente. Y tampoco pienses que si te fijas en el más barato eres una persona ruin, porque una buena carta de vinos ha de tener opciones para todos los públicos y bolsillos, y hasta la más económica debería seguir los mismos criterios mínimos de calidad del restaurante. Si este tiene cierta categoría, elige sin miedo.
Ante la duda, si cuestan lo mismo, opta siempre por la denominación más modesta. La que menos te suene. Elegir el vino más caro de una región pequeña en lugar del más barato de una región prestigiosa es garantía de éxito.
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Separa los sabores
El maridaje es un arte en sí mismo y, como tal, no es algo objetivo. La armonía perfecta no existe. Si acaso, existen infinitas. Aunque hay algunas reglas que nunca fallan. Para no perderte en teorías de similitudes y contrastes, empieza por separar sabores. Un vino con buena acidez resalta los sabores de las comidas y es el mejor compañero de ingredientes frescos y crudos, como el tomate. Un vino tánico o amargo se llevará bien con sabores potentes como los de la carne asada y los ahumados, así como con productos naturalmente amargos y muy difíciles de maridar, como la rúcula o las espinacas. La sal acentúa el alcohol, mientras que el azúcar modera las comidas especiadas y complementa las agridulces.
En resumidas cuentas, el sabor ácido y el amargo se refuerzan entre sí. El dulce modifica el ácido y el amargo, y también el salado. Los platos ácidos combinan con vinos ácidos, afrutados y persistentes, incluso semi secos. Los alimentos grasos van bien con blancos ácidos y amplios, y tintos ásperos en los que se aprecie el carácter secante del tanino. Así que, a jugar.
Otros trucos de maridaje: combinar un plato ligero con un vino delicado y un plato fuerte con un vino con cuerpo; asignar a una receta original de una determinada comarca un vino de la zona (por ejemplo, rabo de toro con un oloroso de Montilla Moriles); acompañar un plato cocinado con vino con otro de una calidad ligeramente superior, pero que comparta las mismas características.
El orden de los factores sí altera el producto
Si estás pensando en pedir más de un vino durante la comida, lo más importante es el orden. Ten en cuenta que, en el transcurso del menú, la sensibilidad sensorial irá disminuyendo, por eso es necesario contemplar ciertas reglas si quieres disfrutar plenamente del maridaje. Estas son: beber primero los blancos y después los tintos, el vino seco antes que el dulce, el joven antes que el viejo. Hasta aquí todo normal. De las armonías por contraste ya nos encargaremos en otro artículo.
El orden debe seguir criterios sobre el tipo de vino (primero blanco, después rosado, tinto, dulce y generoso), la edad (joven, viejo, reserva, gran reserva), el contenido de azúcar (seco, semi seco, dulce), la temperatura (de menos a más), el grado alcohólico (de menos a más) y la calidad (siempre de menos a más).
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Opta por un vino todoterreno
Un vino todoterreno es un vino capaz de adaptarse a todos los platos. Así que, si después de todo sigues sin tenerlo claro, opta por uno de estos. Ni un tinto demasiado potente si vas a ordenar pescado, ni un blanco demasiado fresco si vas a pedir carne. Cuando los platos son muy variados o estás en un restaurante de cocina internacional, con mucha mezcla de sabores o especias, lo ideal es escoger un tinto ligero o blanco con cuerpo, incluso un rosado, ya que esta clase de vinos se amoldan a todo tipo de recetas.
El vino de la casa puede ser una opción
El vino de la casa no es (o no debería ser) ni un vino malo ni un mal argumento para vender un excedente de bodega, sino un vino de calidad vendido a buen precio, que la casa ha elegido como acompañante por saber transmitir la personalidad de su cocina. Un producto estrella que el cliente asocia directamente con el establecimiento y que habla de la atención que este le presta al vino. Por eso la opción del vino de la casa puede ser tan buena como cualquier otra. Un vino que representa la filosofía de un restaurante siempre es de agradecer.
LAURA S. LARA
Fuente: Elle
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