Los venezolanos somos gastivos por naturaleza; es decir, consumistas consumados, y por si fuera poco nos gusta lo de última generación, exhibir que tenemos el celular de última generación, o marcas plasmadas de manera exagerada en la ropa que tenemos puesta, pues porque simplemente es “nice”. Es verdad aunque nos duela: aunque en enero estemos sin un centavo, pero eso si, bien comunicados y como modelos de pasarela, haremos malabarismos financieros para enfrentar los tres primeros meses del año con las deudas a cuestas generadas en diciembre. Es difícil ahorrar, lamentablemente no nos enseñan a hacerlo, aunque en mi caso, trato a todo mi personal de inducirlos al ahorro, para que ese despertar del 1 de enero tenga, por lo menos, como meter en la nevera algo más que puras botellas de aguas. Espero que al menos alguno de ellos me haya escuchado.
Pero este artículo no se trata de técnicas para sobrevivir luego del 25 de diciembre o cómo enfrentar un año nuevo sin tener que pedirle prestado a tu jefe, nada de eso, este artículo nos llevará por aquellos amaneceres luego de una noche de disfrute, juerga o rumba y que se acostumbra a comer. Pareciera que no fue suficiente el bacanal de la noche anterior, pero muchos tenemos compromisos al día siguiente y nuestra propia forma de enfrentar ese despertar; pero en este caso, yo expresaré cómo han sido mis 25 de diciembre en aquellos lugares donde en familia me ha tocado pasarla.
En Caracas no hay como ir a desayunar–almorzar en una de las buenas areperas que tiene la ciudad. ¡Ah! eso sí, un hervido de gallina o cruzado, con una buena arepa para remojarla en ese preciado caldo que nos hará resucitar, el alma nos vendrá al cuerpo y nos preparará para seguir en casa de un amigo o familiar que seguramente a una parrilla nos invitará. Así somos, y no saben cómo me gusta ser venezolano, no lo pensaríamos dos veces para aceptar esa invitación y llegar con el estómago lleno y dispuesto a continuar como si nada.
Si tenemos cerca una familia portuguesa, y más aún si es Madeirense, de seguro nos invitarán a comer un plato de “carne con vino y ajo”, algo complicado para pronunciar en portugués para mí, pero lo mejor es ir con el estómago a medio llenar, porque el plato es fabuloso y desearemos comer más. Eso sí, aconsejable al mediodía porque es fuerte. El sabor exquisito de la carne macerada en vino y acompañada con papas sancochadas no estaría completa sino se le colocaran ruedas de buen pan de costra dura para que con el vapor de la olla se suavice. Yo lo marido con un buen vino portugués, aunque usualmente se acompaña con café negro, quizás para matizar lo inclemente del clima en aquellas latitudes.
Si se trata de mi familia en Cabimas, estado Zulia, ese 25 de diciembre siempre lo recibiremos con amabilidad, ya que la mesa del desayuno nos brindará mucho de la gastronomía regional, pero eso sí, hay que salir a buscar el condumio, las mandocas, pastelitos de papa con queso y mi arepa preferida como la pelada que no será tarea fácil de encontrar en Cabimas. Si encuentras a alguien que te venda algo el 25 en la mañana, serás afortunado, y si pagamos por adelantado para que nos hagan el pedido, no es garantía que lo tengan listo, ya que la noche anterior, es decir el 24, seguramente se acostaron cuando el amanecer hacia su aparición. Se oye por la vecindad cosas como: “... por la “H” hay una señora que está vendiendo pastelitos!, o “... en Ambrosio la señora fulana de tal, tiene mandocas!, recuerda mi tío y casi habría que llegar a Santa Rita por unas buenas arepas peladas. La búsqueda se vuelve frenética, y el cabimero, con la excusa del calor y la “resaca”, siempre una bien fría en la mano acompañará la búsqueda del bastimento familiar.
Es lo más parecido a esa etapa prehistórica, cuando los hombres salían de cacería y llegaban a la familia con el fruto de la jornada. Son momentos increíbles e inolvidables, cuando la mesa repleta de familiares nos avocamos a consumir los manjares de la tierra de mi padre, entre chistes y risas, entre buenos momentos y sabor a pueblo.
Los Andes, tierra de mis abuelos maternos, tiene la connotación que el frío te hace vestir y sentir diferente, las bebidas son calientes, con alto contenido de alcohol, te sientes como en cámara lenta de estar amaneciendo en San Rafael de Mucuchíes, seguramente a menos 8 grados centígrados. Las arepas de trigo con mantequilla local son fantásticas, una buena pizca andina te hará revivir; eso sí, como me gusta, como la que hace mi abuela, con leche y trocitos de arepa y mucho cilantro. Típico de la región son los productos ahumados, así que es común desayunar con chorizos rojos ahumados y, aquellos más osados, morcillas rellenas de arroz y cebollas, arepas de trigo y un buen trozo de queso ahumado.
Si de la tierra de mi abuelo paterno debo recordar algo, es ese olor a mar que percibí a muy corta edad, y es que en la Isla de Margarita no hay como desayunar un hervido de pescado a la orilla de la Bahía de Pampatar, muy cerca del Castillo de San Carlos de Borromeo, donde aún vive la prima de mi padre, en una hermosa casona de techos de caña brava, tejas curtidas por el salitre y tostada por el sol. Con casi doscientos años de hermosa arquitectura insular a cuesta, nos brinda el privilegio de disfrutar de la familia, aquella de rápido e inentendible hablar y tan amplios como el mismo mar. Qué privilegio comer con el sonido del mar al fondo de la casa y el pastel de chucho desprendiendo los olores que nos recuerda que en el mar la vida es más sabrosa.
Cada quien vive de la mejor manera su 25 de diciembre, sea cual sea el suyo, disfrútelo junto con aquellos familiares y amigos, y compartamos las distintas maneras de pasarla bien. Mi más fraternales deseos en estas navidades, que la cena de nochebuena, sea inmemorable y que la alegría colme de felicidad y dicha a cada uno de sus hogares, y que al día siguiente recordemos, donde estemos y con quien estemos, que la bendición de una buena mesa no solo nos llenará el estomago, sino también el alma y el corazón.
¡Feliz Navidad y buen provecho!
Humberto Silva
Maestro Panadero
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