Antonio Morín, brasilero, alto ejecutivo de la multinacional tabacalera Philip Morris en Venezuela, discurría en una amable conversación, cuando a finales de los noventa, coincidíamos en una reunión propiciada por su esposa Eva, para cenar y comentar del reciente viaje donde habíamos estado compartiendo por una semana, junto con varios amigos. Vehemente respuesta le daba Carlos a uno de los invitados, cuando este afirmaba que él no estaba de acuerdo cuando escuchaba que los venezolanos eran unos flojos.
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Con su español y marcado acento brasilero, nos comentaba que él había estado en varios países del mundo y que jamás había visto una ciudad donde sus habitantes salieran a trabajar antes del amanecer, muchas veces las principales vías de Caracas ya a las cuatro de la madrugada empiezan a verse con afluencia de carros, y algunas a las cinco están colapsadas. … Como pueden ustedes decir que son unos flojos, saben lo que es levantarse a las cuatro de la madrugada en algunos casos para empezar a laborar a las ocho de la mañana?, Comentaba Carlos.
Definitivamente el problema, aseveraba yo, era la dificultad de llegar al trabajo, los sistemas de transporte eran obsoletos, y la periferia de la ciudad no brindaba buenas opciones laborales, haciéndolas ciudades dormitorios o satélites y concentrando la masa laboral en la capital. Pasamos más tiempo entre llegar al trabajo, estar en el mismo, y llegar a casa, que con nuestra propia familia. Si todo se revirtiera a favor de la colectividad, quizás con un par de horas de sueño, se lograría tener una mejor calidad de vida y fueran más responsables. ¿Responsables?
Interrumpía en ese momento Efraín Gómez mi compañero de universidad. ¿Y a que se debe la responsabilidad en este caso? Me preguntaba él. Estoy seguro, comentaba yo, que la misma dificultad de levantarnos todos los días muy temprano, hace que el ser humano por el agotamiento que implica la acumulación de horas robadas al descanso, se confunda o malinterprete la flojera con la responsabilidad o el compromiso ante su trabajo. Lamentablemente se anteponen las dificultades del transporte y el tráfico a la misma responsabilidad, haciendo entender que somos unos flojos.
Pero lo más sorprendente de nuestra forma de ser, es que la mayoría enfrentan las primeras horas de la mañana, incluso antes que salga el sol, con una suculenta arepa del doble del tamaño de las normales, en algunos casos, con unos rellenos inimaginables, otros, haciendo la habitual cola para adquirir una empanada y luchar con no salpicarse de aceite en cada mordisco la camisa y no revelar en el trabajo el contenido de la misma y otros, su respectivo cachito de jamón, esos donde la masa con su toque dulce, contrasta con lo salado del jamón, eso si, combinado con un café con leche bien caliente hacen un plato propicio para un primer bocado mañanero.
En lo particular y en orden de preferencia tengo a la reina de los desayunos venezolanos como mi primera selección, poco invento o me arriesgo a rellenarla con otra cosa que no sea de jamón y queso amarillo, eso si, antes de pedirla me gusta percatarme de la calidad del jamón, ya que en algunas areperas lo “confunden”, por un mediocre fiambre, lo que me hace, en esos casos mirar otras opciones. Luego los famosos cachitos, eso si, que sean buenos, con su justo relleno y el equilibrio dulce-salado de la masa. Para mi una buena opción son los de la panadería El Corso, en el Centro Comercial Plaza La Trinidad, saben como hacerlos, no es publicidad, solo un mero reconocimiento a lo bueno. En la pastelería Danubio hacen muy bien los pastelitos de jamón y de los de queso, los elaboran con masa hojaldrada, los que le dan una textura y sabor particular y si estamos por los alrededores de la Pastelería Saint Honore, por la urbanización Los Palos Grandes, las opciones de hojaldres dulces y salados son impelables. Y claro, las empanadas, como un sustento más fuerte para enfrentar el día.
Difícilmente un caraqueño comience una jornada laboral sin haber comido algunas de estas principales ofertas mañaneras, como dice un tío mío, “hay que ir con el tanque full, no sabemos como estará el plan de vuelo”, en alusión a que desconocemos que nos deparará el día, y lo mejor es tener algo seguro en el estomago. Ya el sacrificio de madrugar es palpable en la población, aunado a que el almuerzo se ve muy lejos, es mejor apertrecharse y hacer la mañana más llevadera.
Esa noche, la conversación siguió aderezada con el placer de compartir con los amigos y el recuerdo inolvidable de un viaje. La comida estuvo a la altura de los anfitriones, manjares con sabor carioca, pasapalos con firmas criolla, hicieron que transcurrieran las horas entre libaciones de cachaça y ron, y la certeza de una gran amistad. Al final solo quedo claro que no somos flojos, somos un país emprendedor y luchador, acostumbrado a lo bueno, y que vivimos en una ciudad donde el sol repunta sobre Petare y se adormece en Catia, donde el majestuoso Cerro El Ávila nos brinda su verdor y que si queremos llegar temprano algún lado, debemos madrugar. Que le vamos hacer!, esta es nuestra ciudad.
¡Buen provecho!
Humberto Silva
Maestro Panadero
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