Me pasa con frecuencia, y esa es una de las cosas fantásticas del vino: descubrir, sin mayor esfuerzo, una marca, una variedad, un origen o un estilo que jamás había probado, para luego repetirme: ¿por qué demonios no lo había hecho antes?
Hay tanto y tan buen vino escondido por ahí, que debiéramos despegarnos de lo archiconocido. Tal vez nos llevemos sorpresas, pero las sorpresas —buenas o malas— son las que nos nutren y enaltecen. Y esto es algo que ocurre con el vino blanco más incomprendido del mundo: el Riesling. Con excepción de Alemania y el norte de Francia (sus lugares de origen), no ha logrado despertar entusiasmo en otras comarcas. Y todo pese al apoyo incondicional que le han brindado los más confiables críticos del mundo, como la periodista y escritora inglesa Jancis Robinson. En una de sus más recientes columnas, Robinson se lamenta de lo poco que ella misma ha logrado influir para sacar al Riesling del olvido.
“Sé que el Riesling es el vino blanco que mejor expresa su lugar de origen; sé que en cualquiera de sus estilos puede ser tan longevo como el Cabernet Sauvignon (… ) Y, sin embargo, a medida que me hago vieja, me convenzo de que tendré que llevarme todo este conocimiento y entusiasmo a la tumba, sin haber podido compartirlo con los consumidores”.Para mí, las causas de tamaña incomprensión se derivan de varios factores: por un lado, desconocimiento, y por otro, la falta de curiosidad y bajísima disponibilidad de Riesling en los mercados. Por ejemplo, en Colombia hay que buscarlo como aguja en un pajar.
La uva Riesling se originó en los valles del Rin y del Mosel, en Alemania y Francia, por allá en el siglo XV. Doscientos años después, sus vinos ya eran bastante apetecidos en Europa. Desde entonces, su suerte ha sido cíclica. Cuando mejor les ha ido —en los años setenta y ochenta—, fueron víctimas de una lamentable sobreoferta, en la que imperó más la cantidad que la calidad y la tendencia a producirlos demasiado dulces. Para dar con el Riesling adecuado es bueno tener en cuenta esta breve guía. En cuanto a estilos, sus principales nomenclaturas son: Trocken, seco; Halbtrocken, semi-seco, y Feinherb, más dulce. En relación con el grado de madurez de la uva en el momento de la cosecha —factor clave que se expresa en las etiquetas—, las categorías son:
Kabinett: se elabora con las primeras uvas cosechadas. Tiene bajo alcohol (8%-10%). Resulta ideal en la mesa y combina con una amplia variedad de platos.
Spätlese: Es de cuerpo medio y puede elaborarse como seco o dulce. Es acompañante ideal de comidas especiadas.
Auslese: para obtener este vino se cosechan granos de racimos seleccionados y puede ser seco o dulce. Se comporta muy bien como vino de postre.
Beerenauslese: proviene de uvas muy maduras que resultan afectadas por la botritis o podredumbre noble. Es dulce y constituye un verdadero lujo como vino de postre.
Trockenbeerenauslese: se elabora con uvas afectadas también por la botritis, pero ya casi secas. Es dulce y concentrado. Vino de postre.
Eiswein: vino dulce elaborado con uvas que se dejan colgadas hasta congelarse, aumentando así su dulzor. Vino de postre.
Quizás todas estas referencias ahuyenten a algunos consumidores. Pero si hacemos el esfuerzo de entenderlas, serán la base de un invaluable hallazgo, y una manera de mantener vivo su recuerdo, para tranquilidad de la querida Jancis Robinson.
Por: Hugo Sabogal
Fuente: elespectador.com
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