Hay una categoría de vinos que aún teniendo bordes difusos le da vida al mundo del vino desde hace un par de siglos. Son los llamados vinos de colección o coleccionables. Esas botellas que un puñado de bebedores decide atesorar por las razones que sólo el coleccionista maneja. O casi.
Porque en el fondo un vino de colección reconoce algunas reglas a las que está suscripto. Esas reglas están dadas por el mercado que los compra y los vende, pero sobre todo, porque los compra y vuelve a vender más de una vez. En pocas palabras son el puñado de vinos que tienen valor de reventa. Pero ahí no termina la cosa. Recién comienza.
Puestos a analizar qué tiene un vino para ser un vino de coleccionable hay que recorrer las no tan específicas reglas que unen a esos raros vinos que la gente muere por tener, a tal punto que incluso llega a no beberlos. Sí, leíste bien: en algunos vinos es mejor no beberlos.
A esa categoría empieza a ingresar Argentina.
La reputación
Construir una reputación lleva muchos años. Y está asociado a muchas cosas, como el prestigio del productor, la capacidad de sostenerlo en el tiempo y las añadas que respaldan ese trabajo. En general, y ahora desde el punto de vista del mercado, los productores de vinos singulares –no de porfolios amplios– adquieren más rápidamente esta reputación. La ecuación de un gran vino y de elevados puntajes por la crítica internacional –como los que hoy reciben algunos vinos argentinos–, un único viñedo y la suma de los años parece la más probada. De hecho, es lo que buscan los comerciantes de este tipo de vinos. Es el modo bordelés de construcción.
Cuando todo eso se alinea y el vino se convierte en un objeto de deseo, se forma la tan ansiada reputación. En vinos de Francia, por ejemplo, los casos paradigmáticos con Pétrus –un vino, un viñedo, un productor y una región– pero también casas como Lynch Bages, Ozone o Angelus funcionan como buenos ejemplos.
La identidad
Puede haber sutiles cambios. Puede darse que las añadas se marquen entre los diferentes años de la vida de un vino. Y puede darse incluso que cambien las etiquetas. Pero a la hora de construir un vino de colección lo que permanece es más importante que lo que se renueva. Es un mundo conservador, es verdad, pero sólo así se consolida una tradición y una reputación.
En los grandes vinos de colección todo parte del terroir: es decir, a la combinación de suelo, clima y vid, junto con la conducción del hombre. Ahí está la gran explicación a todo lo que atraviesa la vida del vino, la que abona a la singularidad y también a la escasez.
La escasez
Siempre que algo es limitado tiene un precio atado a la demanda. Si esta crece, aumenta el precio. Por eso no hay vinos de colección si un concepto de escasez o de limitación a la producción. El terroir es también una variable clave en esta ecuación. Un viñedo determinado de una región no puede dar más que un determinado número de botellas. Y ese límite garantiza la escasez siempre que crezca la demanda. Y la demanda, hay que decirlo, depende de la reputación, que depende a su vez del precio.
El precio
En ese equilibrio fino de variables, la dificultad para el productor es entrar en el eslabón justo que garantiza que la rueda gire como está mandado. Y el precio es uno de esas variables determinantes. Ningún vino de colección puede arrancar a un precio bajo. Pero tampoco puede hacerlo con la sola ambición del precio. Construirlo de forma creíble es uno de los elementos más difíciles. Si el terroir es diferenciado, si la marca suma valor, si la escasez garantiza la demanda y la demanda de un vino se tensa por la reputación, luego el precio está garantizado en su puja ascendente. Y si crece, todo el circuito se vuelve positivo.
Todo esto está sucediendo hoy en Argentina con la suma de puntajes altos, con el interés de plazas comerciales y con una demanda creciente sobre algunos vinos, sea a nivel doméstico como internacional. No falta mucho para que en las cavas del mundo Argentina tenga su rincón de prestigio. Aunque el cuento recién comienza.
Los que más saben de vinos de colección son los comerciantes de La Place de Burdeos. Es un sistema en el que los négociants –así se llaman– compran a un precio fijo directo del productor de vino cuya reputación se encargan de construir. Como venden los Chateaux más prestigiosos del mundo, tienen de clientes a los coleccionistas. La novedad es que en los últimos años comenzaron a vender vinos de Chile y Argentina.
Fuente: LM Neuquen
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